No es sólo Galdós el más fecundo de los novelistas españoles, es además el más fuerte, el más creador, el más original entre los maestros de su tiempo. Pereda no vio más allá del terruño. Clarín no maduró. Alarcón tuvo gracia y fantasía, pero también un fondo sobrado banal. Valera fue víctima del mal gusto literario que produce un exceso de literatura. Espíritu burlón –no exento de gracia- sólo tomó en serio los libros malos. Entre estas gentes descuella Galdós como figura gigantesca. Sus Episodios Nacionales, cuyo último volumen se acaba de publicar, asombran por la cantidad de vida española que contienen. Observador de nuestras costumbres, despreocupado de toda intención literaria, nos da en sus novelas una idea muy justa de las gentes de nuestra tierra y, sin seguir la huella de ninguno de los grandes maestros españoles, conquista entre ellos un puesto eminente. No iguala a Dickens en el arte de apuntar el detalle, pero le supera en la visión sintética y creadora que se apodera del carácter.
Es humorista sin pretenderlo y cuando escribe revela un corazón bondadoso, exento de esa vanidad moral, tan corrosiva, que designa a los hombres so color de adoctrinados. Su obra es grande y simpática. Admiro vivamente a Pérez Galdós.
Antonio Machado en La República de las Letras, 22-7-1907, número de homenaje a Pérez Galdós. (Tomado de Pedro Ortiz-Armengol: Vida de Galdós, Biblioteca de Bolsillo, 2000, p. 449)
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