lunes, 9 de enero de 2012

Petrarca: Subida al Monte Ventoso

Copio un par de fragmentos de la epístola de Petrarca en que narra su ascensión al Monte Ventoso y que constituye uno de los monumentos del Humanismo. Reparemos en dos detalles: el estímulo libresco -y erudito- que determina el ejercicio físico del ascenso; y el satori espiritual que experimenta -de raíz libresca otra vez- a mitad del camino, cuando abre el libro de San Agustín:

A DIONISIO DA BURGO SAN SEPOLCRO, DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN Y PROFESOR DE SAGRADAS ESCRITURAS, ACERCA DE CIERTAS PREOCUPACIONES PROPIAS
(FAM. IV, 1)

Impulsado únicamente por el deseo de contemplar un lugar célebre por su altitud, hoy he escalado el monte más alto de esta región, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace muchos años que estaba en mi ánimo emprender esta ascensión; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido –como ya sabes– en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre ante mis ojos. El impulso de hacer finalmente lo que cada día me proponía se apoderó de mí, sobre todo, después de releer, hace unos días, la historia romana de Tito Livio, cuando por casualidad di con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia, –aquel que hizo la guerra contra Roma–, asciende al Hemo, una montaña de Tesalia desde cuya cima pensaba que podrían verse, según era fama, dos mares, el Adriático y el Mar Negro. No tengo certeza de si ello es cierto o falso, ya que el monte está lejos de nuestra ciudad y la discordancia entre los autores hace poner en duda el dato. Por citar sólo a algunos, el cosmógrafo Pomponio Mela refiere el hecho tal cual, dándolo por cierto; Tito Livio opina que es falso; en cuanto a mí, si pudiera tener experiencia directa de aquel monte con tan tanta facilidad como la he tenido de éste, despejaría rápidamente la duda. Pero dejando de lado aquel monte, volveré al nuestro.
(...)
Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los aspectos terrenales un momento, para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi espíritu a regiones superiores, se me ocurrió consultar el libro de las Confesiones de Agustín, un presente fruto de tu bondad, que guardo conmigo en recuerdo de su autor y de quien me lo regaló y que tengo siempre a mano; una obra que cabe en una mano, de reducido volumen, mas de infinita dulzura. Lo abro para leer cualquier cosa que salga al paso ¿pues, qué otra cosa, sino algo pío y devoto podría encontrar en él? Por azar, el volumen se abre por el libro décimo. Mi hermano, que permanecía expectante para escuchar a Agustín por mi boca era todo oídos. Dios sea testigo y mi propio hermano que allí estaba presente, que en lo primero donde se detuvieron mis ojos estaba escrito: “Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos”. Me quedé estupefacto, lo confieso, y rogando a mi hermano, que deseaba que siguiera leyendo, que no me molestara, cerré el libro, enfadado conmigo mismo, porque incluso entonces había estado admirando las cosas terrenales, yo que ya para entonces debía haber aprendido de los propios filósofos paganos que no hay ninguna cosa que sea admirable fuera del espíritu, ante cuya grandeza nada es grande.

1 comentario:

Ana Karenina dijo...

Lo siento, pero ya no me cuela la hazaña de Francesco. Durante mucho tiempo creí que había subido y se había bajado el Renacimiento, pero ahora lo pongo en duda. Suben los ciclistas y los vemos pero ¿cómo sabemos que Petrarca subió realmente al monte? Dicen que se lo imaginó. El satori agustiniano te puede ocurrir en cualquier parte, incluso debajo de un almendro.
Estoy la mar de escéptica. Cualquier día digo que he subido e incluso va y me lo creo.