martes, 12 de noviembre de 2024

Pedro Salinas: el ámbito de la lectura (recuerdos personales)

 

Leyendo uno de los ensayos del El defensor, de Pedro Salinas (acabo de regalar una copia del libro y quiero refrescarlo) me encuentro con un pasaje luminoso (como que pertenece a un fragmento intitulado La luz) que me trae algunos recuerdos personales. Salinas reflexiona sobre muchos aspectos de la lectura y ahora se detiene a considerar los espacios en que se lleva a cabo para llegar a lo que considera el ámbito de lectura idóneo. Lo que él comenta me lleva al recuerdo y al pasado. Me pongo a reflexionar yo mismo sobre mis diversos ámbitos de lectura a lo largo de mi vida y encuentro lo siguiente: por más que he frecuentado bibliotecas no son para mí un ámbito de lectura adecuado. La primera vez que entré en la biblioteca histórica de la universidad de Valencia (la de la calle de la Nave) y se me entregó el libro solicitado estuve como diez minutos sin poder leer una línea: tanta era la gravitación de polvo, pasado y saber que me embargaba. En otros recintos (en la de la Universidad Simón Bolívar de Caracas o en la de la Universidad de Edimburgo, por ejemplo) siempre la cantidad conspira contra la lectura: me pongo a hojear todo lo que podría leer y no leo apenas nada. Me sirven para sacar libros y llevarlos a mi espacio personal.

Pero ese espacio personal casi siempre ha sido conflictivo. En casa de mis padres, cuando estudiaba la carrera, solía leer en mi habitación sobre la cama, como actualmente, pues que mi hijo ocupa la sala con los dibujos animados de la tele (nunca he sido entusiasta de la lectura en el lecho). En otras viviendas he podido leer en sofás, más o menos cómodamente, incluso con un gato entre mis brazos. Pero el mejor lugar que recuerdo fue, durante poco más de un año, en el primer apartamento alquilado que tuve. Allí tenía un sillón circular situado debajo de la ventana, con una lámpara a su lado. De manera que durante el día, con luz natural, o de noche, con artificial, podía entregarme a la lectura en plenitud. Circunstancias de la vida han impedido que vuelva a tener un espacio tan privilegiado; por eso hoy al leer a Salinas lo he recordado con deleite y me he puesto a escribir estas líneas.

 Dejo el texto de Salinas para el final, como un buen postre para saborear a conciencia.




 

Hay un momento de sin igual godeo para muchos de nosotros. Es cuando el cuerpo se asienta a placer, acogido sin impertinentes apretujos, holgadamente, por unos brazos de sillón, y una simple presión del dedo despierta el milagro preciso de la luz de su invisible sueño cristalino, para que a su calor florezca, o se abra, esa flor -centenares de pétalos- la imperecedera, el libro. Cuando se ve al lector inscrito, en ese cono de luz que la pantalla determina, siempre se me aparece, allí ante los ojos, con evidencia innegable, el ámbito de la lectura: ahora ha cobrado forma material para los ojos, porque es un espacio visual, un área perfectamente definida del resto del cuarto en sombra. Esa otra parte de la habitación vale ahora por el espacio general, indiferenciado; pero el recinto de la lectura queda señalado, con precisos términos, consagrado de claridad, designado para la actividad exquisita que va a empezar, escenario intangible en el cual se iniciará dentro de un instante el gran concierto de las acordadas palabras, el que ejecuta, la eterna "musicienne du silence".

 

¿Quién va a negar ahora, si lo tiene delante, la existencia de ese ámbito del lector? Se dirá que la lectura puede hacerse lo mismo sin él. ¿Pero no significa nada que el lector que nos figuramos, al disponerse a la lectura, apaga, de cien veces noventa y cinco, la luz de techo, la que iluminaría la habitación entera? Como hay gente para todo, bromistas y serios, uno de estos últimos, con la mayor seriedad, claro, me explicaría ese acto como legítimo deseo de ahorrarse fluido y dineros. Pero yo lo veo como una retirada, aun dentro de la intimidad de la casa del lector, a una zona más íntima, como un acto de recogimiento, simbólicamente expresado en ir a encerrarse, por decirlo así, en su luz. Y, parejamente, si nos imaginamos que llega un visitante no esperado, y el lector se apresura a devolver al cuarto entero su luz total, ¿es que no se nos hará como que sale, de donde estaba, mundo del libro, orbe de la lectura, para regresar al espacio de todos y la vida común?

 

Porque esa luz, es creadora, asimismo de soledad. Alumbra sólo a uno, y en ella, puede recibir, por lo soledoso, el enamorado lector, a la esperada, amada lectura que le ha aguardado, hasta que vino a despertarle, como una bella durmiente, tendida en su lecho de apretados renglones.

 

(Pedro Salinas: “Defensa de la lectura”, en El defensor)

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