Cuando de estudiante leía “Aurora”, de
Federico García Lorca, en Poeta en Nueva
York, todo discurría en mi entendimiento por cauces normales hasta que
llegaba a los dos últimos versos:
Por los barrios hay gentes
que vacilan insomnes
como recién salidas de un
naufragio de sangre.
Se me resistía la imagen
final, hasta que un buen día vi claramente que el dichoso naufragio que yo no conseguía encajar no era sino una alusión al
título del poema y a toda la referencia temporal de él (tan duro de
entendederas puedo ser a veces leyendo poesía). El naufragio de sangre no era sino una visión dolorosa del amanecer, esa
aurora de que trata el poema. Pero, al
margen de la posible explicación racional de la imagen, era más fuerte quizá la
sensación de malestar, desconcierto y angustia que producía y que, por tanto,
funcionaba perfectamente como cierre del poema.
Cuento esto porque esos dos
versos son los que más me vienen a la cabeza estos días en que varias
localidades de Valencia están sumidas entre el fango, la destrucción y la
muerte. Valencia ciudad se salvó del desastre, gracias al cauce nuevo del río
Turia, pero esos pueblos están muy próximos, y nos tocan muy de cerca a los que
vivimos en la capital. Por eso la sensación que se tiene en la ciudad, por
donde se ven circular enormes olas de solidaridad, es de mucha tristeza, y lo que
con frecuencia me viene cuando pongo el pie en la calle es que
Por los barrios hay gentes
que vacilan insomnes
como recién salidas de un
naufragio de sangre.
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