Desde hace algunos meses vengo observando, con consternación, una práctica en los autobuses que me sorprende. Se trata de jóvenes principalmente. Entran en el transporte público y, sin importar adónde vayan (tal vez a la última parada), se sitúan en las puertas. Allí sacan sus dispositivos móviles, agachan la cabeza y se ponen a wasapear, jugar con videojuegos o escuchar música o a algún youtuber o influencer. Cuando llegan a las paradas no se mueven ni se giran para mirar si alguien se dispone a bajar. De manera que muchas veces se desciende del autobús con notable dificultad. A mí me ha tocado recientemente escabullirme –para bajar- entre dos que ocupaban los dos lados de la puerta. También vi, hace unas semanas, una pareja que ocupaba la puerta. Tras dos o tres paradas de generar molestias considerables, la chica tuvo una idea feliz: le indicó a su compañero que el lado opuesto estaba libre y que se podrían situar allí, lo que finalmente hicieron. Parece que a la nueva generación le cuesta mucho entender ciertos códigos que, tradicionalmente, eran de dominio común, como el hecho de que sólo se debe colocar uno en la puerta del autobús cuando piensa descender en la siguiente parada. Eugène Ionesco debió entrever algo de lo que comento.
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