domingo, 28 de febrero de 2010

Un artículo de Manuel Vicent

Tal vez algún antiguo alumno, al leer este artículo, recuerde aquel otro de Mando, que solíamos trabajar en clase de 2º Bachillerato. Las concomitancias son notables.


El mando
MANUEL VICENT 28/02/2010

Con el mando a distancia en la mano, a modo de cetro, repantigado en el sofá frente al televisor, cualquiera puede sentirse un pequeño dios. La pantalla es el mundo. Hoy sólo existe lo que se refleja en ella. Por la pantalla desfilan los héroes del momento, desde el más noble al más idiota, pero a este pequeño dios repantigado, que todos llevamos dentro, le basta con apretar levemente la yema del dedo y en una décima de segundo se borrará del mundo la imagen del rey, la del político más encumbrado, la del divo más famoso, la del comentarista más insolente, la del patán más odioso, la del golfo más redomado. Esta potestad puede ejercerla el pequeño dios como un déspota, según cambie su ánimo cada hora del día. Si por un capricho así lo desea, con apretar otra vez la yema del dedo, comparecerá ante su presencia de nuevo en la pantalla el rey, el político, el líder de opinión, el presentador, el payaso, el resto de la carne de cañón, sólo por el placer de despreciarlos y volver a borrarlos del mundo. Este simulacro de poder psicológico, en el fondo, es un antídoto muy profundo contra la propia rebelión, lo último que se lleva en materia de opiáceos. Si se puede fulminar la imagen del rey con un dedo, ¿qué necesidad hay de llevarlo a la guillotina como a Luis XVI? Si el presidente del gobierno y el jefe de la oposición son tan débiles que se hallan a merced de mi mando a distancia, ¿por qué hay que creerlos, seguirlos y votarlos? Aparte de este poder omnímodo sobre la imagen que la tecnología ha regalado al pequeño dios repantigado, ahora la cultura digital interactiva le ha concedido otro privilegio aun más revolucionario. Estando sobrio o borracho, lo mismo si es inteligente o cretino, desde cualquier bar, iglesia o prostíbulo, con un mensaje a través del móvil, el pequeño dios puede emitir opiniones y comentarios absurdos, vomitar insultos procaces, chistes escatológicos o cualquier otro disparate y al instante este producto de sus vísceras aparecerá escrito en pantalla durante el programa y será leído por millones de telespectadores. En un solo segundo tendrá más lectores que Pascal, Voltaire y Nietzsche consiguieron juntos en varios siglos. Y todo esto mientras el pequeño dios se toma una ración de calamares.

jueves, 25 de febrero de 2010

Una pequeña muestra del humorismo inglés

Míster Winkle se hartaba mientras tanto de soltar tiros locos, llenando el aire de humo y de peligrosas perdigonadas, salvándose cada vez los perros por milagro y respetando siempre la integridad física de las perdices. Sus métodos de caza eran muy variados y de una gran originalidad, aunque, al menos en aquella ocasión, desmentían el viejo axioma de que "cada bala tiene su destino", pues las de nuestro amigo andaban completamente perdidas y errabundas.

(Charles Dickens: Los papeles póstumos del club Pickwick)

lunes, 15 de febrero de 2010

Los argumentos arquetípicos del relato

En el ensayo de Jordi Balló y Xavier Pérez titulado La semilla inmortal, de que hablé en clase, los autores rastrean los motivos argumentales que se repiten tanto en el cine como en obras narrativas anteriores (de donde proceden). En los 21 capítulos del libro los autores nos explican otros tantos argumentos arquetípicos, presentes en algunas de las películas más importantes de la historia del cine y, con anterioridad, en los hitos de la literatura universal. Son éstos:

A la busca del tesoro: Jasón y los Argonautas
El retorno al hogar: La Odisea
La fundación de una nueva patria: La Eneida
El intruso benefactor: El Mesías
El intruso destructor: El Maligno
La venganza: La Orestiada
La Mártir y el tirano: Antígona
Lo viejo y lo nuevo: El jardín de los cerezos

El amor voluble y cambiante: El sueño de una noche de verano
El amor redentor: La bella y la bestia
El amor prohibido: Romeo y Julieta
La mujer adúltera: Madame Bovary
El seductor infatigable: Don Juan

La ascensión por el poder: La cenicienta
El ansia de poder: Macbeth
El pacto con el demonio: Fausto
El ser desdoblado: Jekyll y Hyde
El conocimiento de sí mismo: Edipo
En el interior del laberinto: El castillo
La creación de vida artificial: Prometeo y Pigmalión
El descenso al infierno: Orfeo

domingo, 14 de febrero de 2010

Flaubert: el esfuerzo creador (2)

Es sabido que Flaubert tenía una auténtica obsesión por el estilo en la prosa y por encontrar lo que el llamaba “le mot juste” (la palabra exacta). Esto le llevaba a un continuo esfuerzo de creación que lo agotaba enormemente. Aquí algunos fragmentos de su correspondencia en que habla de su lento avance:

“muchas veces paso varias horas buscando una palabra”

“La semana pasada pasé cinco días en hacer una página, y para eso lo había dejado todo, griego, inglés, no hacía más que eso”

“Yo no sé lo que será mi Bovary, pero creo que no habrá en ella ni una frase floja. Esto es ya mucho; el genio lo da Dios, pero el talento es cosa nuestra”

“Nos veremos dentro de quince días cuando más. Sólo quiero escribir otras tres páginas a lo sumo, terminar cinco que estoy escribiendo desde la semana pasada y encontrar cuatro o cinco frases que estoy buscando desde hace casi un mes”

“¡Qué milagro sería para mí aunque sólo fueran dos páginas en un día, cuando apenas hago tres por semana!”

jueves, 11 de febrero de 2010

El escalpelo de Flaubert

Homais, para distraerle, juzgó conveniente hablar un poco de horticultura; las plantas necesitaban humedad. Carlos bajó la cabeza en señal de aprobación.

(Madame Bovary, tercera parte, cap. IX)

Tras la muerte de Emma, durante el velatorio, que pasarán Homais y el párroco de Yonville discutiendo sus respectivas posiciones ideológicas, en un momento dado el boticario se siente en la necesidad de arropar emocionalmente a Carlos. No se le ocurre otra cosa que hablar (disertar, diríamos más bien, conociéndolo como lo conocemos) de horticultura, lo más oportuno, al parecer, en un velatorio. Todo para llegar a la conclusión -en un uso modélico del estilo indirecto libre por parte del autor- de que "las plantas necesitaban humedad". Pero la mirada crítica de Flaubert es implacable y se dirige a todos. Carlos baja la cabeza en señal de aprobación. Uno de los argumentos incuestionables sobre la mediocridad y pocas luces de Carlos Bovary es el hecho de hacerle caso y asentir continuamente a las tonterías que le suelta el majadero de Homais.

jueves, 4 de febrero de 2010

Diccionario de lugares comunes - Flaubert

Flaubert estaba obsesionado por la estupidez humana. Una de las formas de manifestación de ésta es la repetición de tópicos o lugares comunes en la conversación. Flaubert le dedicó a este asunto un divertidísimo Diccionario. Aquí tenemos algunos ejemplos de tópicos que empiezan por la letra a:

Actrices.- La perdición de los hijos de buena familia. Son de una lubricidad pavorosa, se dedican a las orgías, derrochan millones, terminan en el hospital, ¡Perdón! ¡Hay algunas que son buenas madres de familia!

Alabastro.- Sirve para describir las partes más hermosas del cuerpo de la mujer.

Aquiles.- Agregar "el de los pies ligeros": eso permite hacer creer que uno ha leído a Homero.

Arquímedes.- Decir a propósito de su nombre: "¡Eureka! Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo". También existe el tornillo de Arquímedes pero nadie se ha preocupado por saber en qué consiste.

Artistas.- Todos farsantes. Ponderar su desprendimiento (obsoleto). Asombrarse de que se vistan como todo el mundo (obsoleto). Ganan sumas fabulosas, pero las tiran por la ventana. Se los invita con frecuencia a cenar afuera. La mujer que es artista no puede resultar sino una ramera. Lo que hacen no se puede llamar trabajar.

Áspid.- Animal conocido por la cesta de higos de Cleopatra.