martes, 6 de julio de 2021

NOSTRUM MARE CAMERATA, presentación en el teatro Olympia de Valencia

 

Da gusto ver crecer a Jacobo Christensen. Desde la primera vez que lo escuché, en el Instituto donde yo daba clase y él las tomaba, tendría entonces 13 o 14 años, me convertí en un admirador suyo. Primero lo escuchaba en las celebraciones del centro, más tarde en el concierto (inolvidable) que llevó a cabo, con su amigo y pianista Carlos Apéllaniz, en la capilla de la Universidad vieja de Valencia, para despedirse del centro educativo donde había estudiado los últimos años de su vida. Con el tiempo ya lo he visto en los espacios habituales de la ciudad: desde el Ateneo, al Almudín, pasando por el Palau de la Música o les Arts. Siempre me ha sorprendido lo bien que toca el violín, pero también el gusto que tiene para confeccionar los programas, su profundo conocimiento musical.

Ayer me volvió a sorprender, ya que ha puesto en pie un proyecto de música de cámara, Nostrum Mare Camerata, que se presentaba en el teatro Olympia de Valencia. Pero ahora con un doble papel, el de violinista, pero también el de director, siendo este último el preponderante. Se trata de un grupo de jóvenes entusiastas que ejecutan la música con una entrega total, y eso se nota en los resultados, que son espléndidos. Puede que hubiera ayer en el Olympia muchos familiares y amigos, incondicionales, pero todos disfrutaron de lo lindo, y entiendo que abandonaron el teatro porque no había otra, y que se hubieran quedado un buen rato más sintiendo y gozando la música.


Gran parte del éxito se debió al programa, que estaba muy bien elegido para la ocasión. Antes de empezar con el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber, se levanta una intérprete y recita:


Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra.


Entendemos que los versos con que Machado evocó a Leonor muerta se utilizan, en el contexto actual de frágil renacer postpandémico, como una apuesta por la esperanza (de todo tipo: en este caso artística) en estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir.

Tras el adagio, viene el momento del Concierto n.º 5 de Mozart para violín, el único momento en que Jacobo nos deleita como intérprete y no como director (o conductor, que también suena muy bien, castellanizando el término inglés). En el rondó, hacia el final, la orquesta -conducida hasta ahora por Cristóbal Soler- suena con tanto ímpetu que me da la impresión de que ha abandonado Mozart y han introducido a un músico de centroeuropa (un Dvorák, o tal vez Bartok, al que luego tocarán). He aquí una idea que se me ocurre, y que puede dar lugar a cosas interesantes o quizá a disparates: mezclar en la ejecución, fragmentos musicales diferentes: pongamos por caso: estás tocando Bach y metes cosas de Strawinsky. Todo eso me sugirió la intensidad de la joven orquesta en ese momento.

Luego Cristóbal le pone la chaqueta a Jacobo (como un ritual taurino o nobiliario) y empieza éste a dirigir. Dos maravillosas piezas vocales (la Barcarola de los Cuentos de Hoffmann, de Offenbach, y el dúo de las flores, de Lakmé, de Delibes). Se levantan dos instrumentistas, en cada caso, y empiezan a cantar esas dos bellezas musicales. El público disfrutando entusiasmado.

Se cierra el concierto con las Seis danzas rumanas, de Bela Bartók, donde el grupo vuelve a desempeñarse con rigor y fuerza.

Pero no acaba aquí el concierto. La ovación es enorme y llega el momento de los bises. Primero “Pur ti miro” de L´incoronazione di Poppea, de Monteverdi, con las cantantes; luego una pieza muy bonita de Jesús Debón, el Vals de Jazz, que les ha ayudado en los arreglos, y, por último una intensa danza de Bartók.

Les deseo mucha suerte y muchos éxitos a Jacobo Christensen en su nueva faceta y a este joven proyecto musical que ha surgido en Valencia.



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