sábado, 4 de abril de 2020

Búfalo-Bill, según Emilia Pardo Bazán


Doña Emilia fue una mujer intrépida y de una curiosidad inmensa. Viajó muchísimo, vio todo lo que pudo ver y escribió con firme pluma sobre ello. En 1889 se acercó a París para asistir a la Exposición Universal (para la que se construyó la Torre Eiffel). De todo lo que vio da cuenta en sus libros de viajes Al pie de la Torre Eiffel y Por Francia y por Alemania. De este último recojo un fragmento en que habla del famoso personaje Búfalo-Bill. Me llama especialmente la atención su visión del personaje como figura teatral principalmente (como años después lo mostraría en un filme Robert Altman) y, sobre todo su premonición del cine y cómo intuye el futuro del western como epopeya americana, cuando dice: "Las praderas tendrán su Romancero en el siglo que viene, y acaso Búfalo-Bill será el Cid Campeador de esas futuras canciones de gesta". Muy penetrante nuestra querida gallega. No tiene desperdicio nada de lo que escribe.

Mucha gente elegante acudió también a las representaciones de Búfalo-Bill, que son otra prueba de esa transformación del gusto teatral a que he aludido. Vengo notando que , en el teatro, la geografía y ciencias afines sustituyen gradualmente a la historia pura, y que si en el siglo pasado despertaban ardiente curiosidad las aventuras y andanzas de Belisario, Bayaceto o Mitrídates, hoy nos perecemos por averiguar cómo viven los indios bravos o cómo se las ingenian los lapones para cazar el reno. Búfalo-Bill tampoco tiene argumento; nada inventado, ningún elemento literario, nada en que tome parte la imaginación del escritor; y sin embargo, causa impresión estética por la misma realidad que entraña. El espectáculo que ofrece Búfalo-Bill no es sino reproducción de su propia vida en las fronteras de Oeste salvaje.
Búfalo-Bill es un buen mozo, que oculta la edad en sus biografías, pero que debe de frisar ya en los cuarenta, si la vista no engaña. Nació en County Scott, y emigró siendo casi niño a la frontera del Kansas, estableciéndose cerca del fuerte Leavenworth. Su padre fue muerto en las escaramuzas fronterizas. Respiró el muchacho una atmósfera de lucha y sangre, por la incesante batalla entre los blancos empeñados en avanzar y los indios tercos en resistir. Allí el manejo del arma de fuego y la equitación eran tan indispensables como en un salón el frac y el guante blanco. Acostumbróse a tales ejercicios y a la caza del búfalo, y, matando sesentay nueve de estos animales en un día, ganó el sobrenombre que lleva; pues el verdadero nombre de Búfalo-Bill es W. E. Cody. Después de varias empresas militares, eligió ocupación en apariencia más prosaica y comercial, celebrando una contrata con la compañía ferroviaria de Kansas-Pacífico para el suministro de carne a los peones encargados de abrir la vía. Pero la carne suministrada a los peones no la compró nuestro contratista en ningún mercado; la tenía en la boca de su carabina; en una sola estación mató cuatro mil ochocientos sesenta y dos búfalos, sin contar los ciervos y antílopes. Al mismo tiempo que atendía baratamente a su contrata, capitaneaba las avanzadas de las guerrillas destinadas a proteger contra los pieles rojas la construcción del camino de hierro, y no sólo contra los búfalos disparaba su carabina certera. En aquellas praderas del gran desierto americano, Cody, con su energía, su previsión, su arrojo, su maña, ayudó poderosamente a que la civilización pasase su dedo de hierro, tendiendo el rail salvador.

***

Un día, cierto jefe salvaje, conocido por un apodo digno de Fenimore Cooper, Mano Amarilla, retó cuerpo a cuerpo al guerrillero, y en el combate, que se verificó delante de ambos ejércitos, indio y blanco Búfalo mató a su adversario después de larga y encarnizada lucha, y con destreza indiana le arrancó la cabellera del ensangrentado cráneo.

Aunque perteneciente a la raza de los rostros pálidos Cody se las apuesta con el indio de mejor olfato y sentidos más agudos, a seguir una pista, percibir un rumor lejano y calcular una distancia. Sufridor impertérrito de toda clase de privaciones, la nieve, el agua, el calor, la sed, no consiguieron minar su robusta complexión: al contrario, broncearon su cutis, endurecieron sus músculos y le dieron ekl tipo español de soldado de los tercios viejos, que le hace tan simpático, porque la belleza varonil -es evidente- se consolida y acentúa en los tiempos de combate y se afemina o naufraga en la obesidad, en las épocas y naciones sobrado muelles, donde la seguridad interior se encomienda a la policía y la exterior a la diplomacia.
Aventurero por instinto y emprendedor por ser yankee, Búfalo salió a las tablas en el teatro de Chicago, representando un drama titulado Las avanzadas de las praderas. Inmenso fue el éxito, y se comprende: el actor representaba su propia vida, y es imposible pedir mayor suma de realismo teatral. Ese instinto de reproducción escénica preludiaba el que le trajo a París durante la Exposición, y que le valdrá una lluvia de dollars, o de pesos duros, como nosotros diríamos. Una vez probado el efecto sobre el público, el interés con que veía el drama real, auténtico y moderno, Búfalo organizó en toda regla su compañía y la paseó al través de América, demostrando a los hombres del Este cómo se había conquistado el remoto Oeste; a precio de qué luchas y trabajos se había conseguido hacer del gran desierto una comarca poblada y civilizada, donde dentro de algunos lustros serán tradicionales las crueles represalias de los pieles rojas y las épicas hazañas de los tramperos y guerrilleros blancos. Las praderas tendrán su Romancero en el siglo que viene, y acaso Búfalo-Bill será el Cid Campeador de esas futuras canciones de gesta, como Taras Bulba es el de los cosacos.

Yo confieso que esta nueva forma de arte, que se afirma en la novela por medio de Cooper, Bret Hart y Mark Twain, en el teatro con las funciones de la compañía de Búfalo-Bill, y otros espectáculos semejantes, me parece esencial y característica del nuevo mundo. Sin tradición literaria, sin preceptos retóricos, su ley es la naturaleza y su interés la lucha. Nace ruda, viva, sin primores artificiosos. Es acaso una revolución, acaso un método bárbaro y primitivo que necesita afinarse; de cualquier modo, no es lo que por aquí se acostumbra, y esto sólo lo hace interesante, a mi entender.
Búfalo se ha traído a París todos los elementos necesarios para que sus representaciones reproduzcan fielmente los lances de la frontera. Bisontes para simular la caza; cow boys o boyeros para el tiroteo y la doma del mustang, vaqueros del Sudoeste, con su rico traje y sus espléndidos jaeces mejicanos; indios auténticos para figurar las escaramuzas y el ataque de la diligencia; Vieux Charlie, el caballo con el cual Búfalo recorrió ciento sesenta kilómetros en nueve horas y cuarenta y cinco minutos; las tiradoras de carabina americanas, infalibles, según reza el cartel y según ellas prueban todas las noches cumplidamente; en resumen: el aparato y los personajes de la vida de las praderas. Y París -la ciudad artificial, complicada, decadente- se extasía con estos dramas de la naturaleza salvaje: el héroe del día es Búfalo-Bill; su retrato se ve en todos los diarios, su nombre suena en boca de todos, y hasta se cuenta que en el número de las emociones del valiente guerrillero no escasean los amorosos lauros; pero en estos asuntos se puede inventar tanto, que será mejor no afirmar nada.

Tampoco faltan maliciosos y escépticos que tomen a contrapelo las valentías y guapezas de Búfalo, y le llamen cómico de la legua, sacamuelas y farsante. Yo siempre me inclino a la credulidad. ¡Se pierde uno tanto buen rato con la pícara desconfianza! La duda lo estropea todo: con la duda no se goza ni en las ciudades viejas, ni siquiera en la novísima Exposición.




(París, septiembre de 1888: “Diversiones. Gente rara”, de Por Francia y por Alemania, recogido en Viajes por Europa, Ed. Bercimuel, 2006)

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