martes, 23 de marzo de 2010

LÁZARO de Luis Cernuda: el monólogo dramático usado como correlato objetivo

Era de madrugada.

Después de retirada la piedra con trabajo,

Porque no la materia sino el tiempo

Pesaba sobre ella,

Oyeron una voz tranquila

Llamándome, como un amigo llama

Cuando atrás queda alguno

Fatigado de la jornada y cae la sombra.

Hubo un silencio largo.

Así lo cuentan ellos que lo vieron.



Yo no recuerdo sino el frío

Extraño que brotaba

Desde la tierra honda, con angustia

De entresueño, y lento iba

A despertar el pecho,

Donde insistió con unos golpes leves,

Ávido de tornarse sangre tibia.

En mí cuerpo dolía

Un dolor vivo o un dolor soñado.



Era otra vez la vida.

Cuando abrí los ojos

Fue el alba pálida quien dijo

La verdad. Porque aquellos

Rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,

Mordiendo un sueño vano inferior al milagro,

Como rebaño hosco

Que no a la voz sino a la piedra atiende,

Y el sudor de sus frentes

Oí caer pesado entre la hierba.



Alguien dijo palabras

De nuevo nacimiento.

Mas no hubo allí sangre materna

Ni vientre fecundado

Que crea con dolor nueva vida doliente.

Sólo anchas vendas, lienzos amarillos

Con olor denso, desnudaban

La carne gris y fláccida como fruto pasado;

No el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,

Sino el cuerpo de un hijo de la muerte.



El cielo rojo abría hacia lo lejos

Tras de olivos y alcores;

El aire estaba en calma,

Mas temblaban los cuerpos,

Como las ramas cuando el viento sopla,

Brotando de la noche con los brazos tendidos

Para ofrecerme su propio afán estéril.

La luz me remordía

Y hundí la frente sobre el polvo

Al sentir la pereza de la muerte.



Quise cerrar los ojos,

Buscar la vasta sombra,

La tiniebla primaria

Que su venero esconde bajo el mundo

Lavando de vergüenzas la memoria.

Cuando un alma doliente en mis entrañas

Gritó, por las oscuras galerías

Del cuerpo, agria, desencajada,

Hasta chocar contra el muro de los huesos

Y levantar marcas febriles por la sangre.



Aquel que con su mano sostenía

La lámpara testigo del milagro,

Mató brusco la llama,

Porque ya el dia estaba con nosotros.

Una rápida sombra sobrevino.

Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos

Llenos de compasión, y hallé temblando un alma

Donde mi alma se copiaba inmensa,

Por el amor dueña del mundo.



Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,

El borde de una túnica incolora

Plegada, resbalando

Hasta rozar la fosa, como un ala

Cuando a subir tras de la luz incita.

Senti de nuevo el sueño, la locura

Y el error de estar vivo,

Siendo carne doliente dia a día.

Pero él me había llamado

Y en mí no estaba ya sino seguirle.



Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,

Aunque todo para mí fuera extraño y vano,

Mientras pensaba: así debieron ellos,

Muerto yo, caminar llevándome a la tierra.

La casa estaba lejos;

Otra vez vi sus muros blancos

Y el ciprés del huerto.

Sobre el terrado había una estrella pálida.

Dentro no hallamos lumbre

En el hogar cubierto de ceniza.

Todos le rodearon en la mesa.

Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,

El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;

La palabra hermandad sonaba falsa,

Y de la imagen del amor quedaban

Sólo recuerdos vagos bajo el viento.

Él conocía que todo estaba muerto

En mí, que yo era un muerto

Andando entre los muertos.



Sentado a su derecha me veía

Como aquel que festejan al retorno.

La mano suya descansaba cerca

Y recliné la frente sobre ella

Con asco de mi cuerpo y de mi alma.

Así pedí en silencio, como se pide

A Dios, porque su nombre,

Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,

Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,

Fuerza para llevar la vida nuevamente.



Así rogué, con lágrimas,

Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,

Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,

Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista

Ahora. La hermosura es paciencia.

Sé que el lirio del campo,

Tras de su humilde oscuridad en tantas noches

Con larga espera bajo tierra,

Del tallo verde erguido a la corola alba

Irrumpe un día en gloria triunfante.

1 comentario:

Ana Karenina dijo...

Vaya, vaya! Acabo de caer. Las vacaciones (extraña palabra) me condujeron a Sylvia Plath y uno de los poemas que leí fue Lady Lazarus. Qué curioso azar, si es que existe!. Existe la comunión de los santos?. Tal vez hay una pequeña diferencia: una metió su cabeza en el horno de gas después de haber dado el desayuno a sus hijos. Fue un 11 de Febrero de un aciago año. Pero no resucitó.
Ana.