Cuando hablábamos de la notoria influencia de la Biblia en la literatura occidental distinguíamos entre influjos amplios, globales, estructuradores de una obra (como puede ser el de El Cantar de los Cantares sobre el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz) e influjos parciales, momentáneos, que pueden consistir en el uso de una imagen, una alusión intertextual o un diseño retórico, por enumerar sólo algunas de las formas que puede adoptar.
De este último tipo es el ejemplo que vamos a considerar.
Cuando el acto 3, escena 4, de Hamlet, el joven príncipe, instado por el rey Claudio, acude a la habitación de su madre para hablar con ella, nos encontramos con el siguiente intercambio de frases rápidas al comienzo del diálogo:
REINA - Hamlet, has ofendido mucho a tu padre.
HAMLET- Madre, tú has ofendido mucho a mi padre.
REINA - Vamos, vamos, replicas con lengua muy suelta.
HAMLET- Venga, venga, preguntas con lengua perversa.
(en la traducción de Ángel Luis Pujante, Espasa Calpe; el original reza así:
QUEEN GERTRUDE – Hamlet, thou hast thy father much ofended.
HAMLET – Mother, you have my father much ofended.
QUEEN GERTRUDE – Come, come, you answer with an idle tongue.
HAMLET – Go, go, you question with a wicked tongue.)
Nos encontramos con un chispeante intercambio de dardos verbales, con un uso notable del paralelismo, y cuya principal clave consiste en la oposición de los determinantes del sintagma nominal “tu padre / mi padre” (thy father / my father), puesto que en el juego conceptuoso resultante lo que debería aparentemente consistir en una equivalencia de referentes (el padre de Hamlet), alude en realidad a una disparidad notable –y acusadora hacia la madre- de referentes (tu padre = el rey Claudio / mi padre = el difunto –asesinado- rey Hamlet).
Pues bien, decidme si no os recuerda este pasaje shakespeariano a otro muy célebre de la tradición cristiana. En el evangelio de Lucas, 2, 42-52, asistimos al episodio en que sus padres, María y José, tras la fiesta de la Pascua, al volver de Jerusalén con la caravana de nazarenos, reparan en que el niño no está con ellos. Después de tres días de búsqueda incansable lo encuentran en el templo de la ciudad santa, donde los sabios y doctores que le rodean, le escuchan estupefactos por su inteligencia y sabiduría. Así continúa el pasaje, en la traducción de Nácar y Colunga:
Cuando sus padres lo vieron, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote. Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les decía. (San Lucas, 3, 48-50)
No es extraño que no le comprendieran. En efecto, como en el caso del elocuente príncipe de Dinamarca, el niño Jesús está llevando a cabo también un delicado juego conceptuoso. El diseño retórico de ambos pasajes es similar: intercambio verbal rápido y escueto de madre e hijo, reproche de la madre, respuesta retadora del hijo, y sobre todo la clave gira en torno a la oposición “tu padre / mi Padre” (las mayúsculas no aparecen en la pronunciación). Aquí de nuevo se produce una disparidad de referentes (tu padre = José / mi Padre = Dios padre, que está en los cielos), que María y José, en su sencillez, no llegan a entender.
No me cabe la menor duda de que el cisne de Avon tuvo en cuenta este pasaje del santo patrón de los pintores (pues la leyenda refiere que pintó a la Virgen, y ciertamente lo hizo con palabras en su evangelio) para la creación de tan chispeante réplica teatral en su magna obra.
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