martes, 28 de noviembre de 2023

La mirada del artista: Ingres y Zola

 

 

En La obra (1886), de Zola, la noche en que se conocen el pintor Claude Lantier y la joven Christine, en una situación en extremo delicada (perdida en París bajo un enorme aguacero), ella, sin otra posibilidad mejor en ese momento, acepta dormir en su casa. Lo que sucede castamente. Pero, al amanecer, él se queda deslumbrado con su belleza, que de noche no había podido percibir, y comienza a dibujarla. Cuando ella se despierta, se extraña de la situación, pero él la convence para que le deje concluir el apunte.

Nos encontramos con el siguiente pasaje: “Se había inclinado sobre el dibujo y no la miraba más que con la serena mirada del pintor, que descarta la imagen de la mujer para ver solamente a la modelo.” (Cap. 1, p. 18)

 

[En el original: “Il s’était courbé sur son dessin, il ne lui jetait plus que ces clairs regards du peintre, pour qui la femme a disparu, et qui ne voit que le modèle.”]

 

Tras separarse, él piensa mucho en ella, y tiempo después ella acude a su casa para visitarlo. Empezarán a verse bastante, y al final trabarán una relación amorosa, que les lleva a un pueblo Bennecourt, donde les nacerá un hijo. Claude pinta paisajes, pero también a su pareja, e incluso al hijo (al que, dicho sea de paso, no quieren mucho ninguno de los dos).

Nos topamos entonces con este pasaje: “Durante varias semanas trabajó obstinadamente con él, encantado con los bellos tonos de su piel infantil, contemplándole sólo con su mirada de artista, como tema para su obra maestra, entornando los ojos y soñando con el cuadro.” (Cap. 6, p. 163)

 

[“Pendant des semaines, il s’obstina, tellement les tons si jolis de cette chair d’enfance le tentaient.  Il ne le couvait plus que de ses yeux d’artiste, comme un motif à chef-d’oeuvre, clignant les paupières, rêvant le tableau.”]

 

Volverán a París y una noche atormentada Claude tendrá, desde un puente, una visión del Sena y la isla de la Cité que querrá llevar al lienzo y se convertirá en verdadera obsesión. A lo largo del capítulo 9 Christine (ya su esposa, pues finalmente contrajeron matrimonio) sentirá celos por la absorbente pintura, pero, para ayudar a su esposo y volverlo a conquistar, pues lo nota ya muy frío y lejano, consentirá en posar para él: “Inmóvil entre tanta brutalidad, le turbaba la exhibición de su desnudez. ¿Para qué insistir más? Aquel cuerpo que Claude había adorado, no era ya para él más que un tema artístico. ¡Todo había terminado!” (Cap. 9, p. 262)

 

[Immobile, sous la brutalité des choses, elle sentait le malaise de sa nudité. À chaque place où le doigt de Claude l’avait touchée, il lui était resté une impression de glace, comme si le froid dont elle frissonnait, entrait par là maintenant. L’expérience était faite, à quoi bon espérer davantage ? Ce corps, couvert partout de ses baisers d’amant, il ne le regardait plus, il ne l’adorait plus qu’en artiste.]

 

“Durante varios meses, la joven siguió sometida a la tortura de la pose. La buena avenencia entre los dos había desaparecido, surgiendo al mismo tiempo un contubernio en el que el tercer elemento era la mujer que pintaba, en el papel de una amante que el marido hubiese introducido en el hogar. El inmenso cuadro se alzaba entre ellos, les separaba como una muralla infranqueable, permitiendo que él viviera al otro lado en compañía de su creación. Christine enloquecía de celos ante aquel desdoblamiento de su personalidad, percatándose de la mezquindad de tal sufrimiento y sin atreverse a confesarlo, por temor a que se riera de ella.” (Cap. 9, p. 264)

 

 

[Pendant des mois, la pose fut ainsi pour elle une torture. La bonne vie à deux avait cessé, un ménage à trois semblait se faire, comme s’il eût introduit dans la maison une maîtresse, cette femme qu’il peignait d’après elle. Le tableau immense se dressait entre eux, les séparait d’une muraille infranchissable ; et c’était au-delà qu’il vivait, avec l’autre. Elle en devenait folle, jalouse de ce dédoublement de sa personne, comprenant la misère d’une telle souffrance, n’osant avouer son mal dont il l’aurait plaisantée.]

 

La historia, previsiblemente, terminará mal. No nos interesa ahora seguir recorriendo la novela, sino sacar a luz una conexión, una tangencia inaudita, con una obra plástica de una generación anterior, obra de un pintor al que los jóvenes seguidores de “l´école du plein air” (los protagonistas de la novela) denostaban y que, sin embargo, plasma algo de lo que venimos señalando con las anteriores citas. Me refiero al cuadro de Ingres Rafael y la Fornarina, de 1814, que reproduzco.

 


 

Lo sorprendente de este cuadro de Ingres es que es casi un manifiesto de eso que he venido destacando (poniendo en negrita) en las citas de la novela: esa mirada de pintor o mirada de artista que, en un momento dado, atraviesa a la modelo real, al ser humano, y se concentra en su figura plástica, su doble, a la que convierte en objeto de todo su interés y atención. Aquí Ingres pinta a su admirado Rafael con su amante, la Fornarina. Ella está sentada sobre su rodilla, están abrazados, hay proximidad física; pero él tiene en su mano el pincel, lo que le impide palpar con determinación la exuberante carne de la joven, y, además, su mirada da la espalda a su querida y se va al cuadro, a su obra de creación, su verdadero objeto de deseo.

Con lo que vemos que artistas de muy diferentes medios y de estéticas contrapuestas, cuando prestan atención a un motivo temático (la mirada del artista) llegan a posiciones francamente similares.

 

N.B. La edición que uso de Zola en castellano es la de Editorial Lorenzana, Barcelona, 1970, con traducción de M. García Sanz.

 

En mis posts sobre sendos cuadros de Zuloaga y Sorolla he tratado tangencialmente este mismo asunto:

 

 https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2018/06/una-pintura-de-zuloaga-mi-familia-1937.html

 

https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2019/08/comparando-dos-pinturas-de-tematica.html

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