martes, 11 de julio de 2023

Los papeles de Aspern: entre el fetichismo literario y la literatura.

 


 La reciente lectura de un relato de Mircea Eliade (“El secreto del doctor Honigberger”) me hizo pensar insistentemente en Los papeles de Aspern, de Henry James, De manera que tiempo después de terminar con Eliade he vuelto a releer la obra de James.

 

No hace tanto que leí la narración de Eliade (buena como todo lo suyo), pero ya casi se ha borrado de mi memoria, con lo que no puedo llevar a cabo un estudio comparativo de ambos relatos, que tal vez resultara de interés.

 

Sin embargo, la memorable novela corta de James me ha vuelto a atrapar y a maravillar como la primera vez que la leí.

 

Uno de los pasajes que llamó mi atención fue el siguiente. Tras el intento fallido del innominado narrador-protagonista de abrir el escritorio donde cree se encuentran los papeles de Aspern, pues es sorprendido con las manos en la masa por la anciana Juliana, amante y musa del poeta Jeffrey Aspern casi un siglo atrás, nos encontramos con esto:

 

 

“I went to Treviso, to Bassano, to Castelfranco; I took walks and drives and looked at musty old churches with ill-lighted pictures and spent hours seated smoking at the doors of cafés, where there were flies and yellow curtains, on the shady side of sleepy little squares. In spite of these pastimes, which were mechanical and perfunctory, I scantily enjoyed my journey: there was too strong a taste of the disagreeable in my life.

(cap. 9)

 

La versión de José María Aroca, en mi edición de Tusquets (Cuadernos Marginales) lo traduce así:

 

“Fui a Treviso, a Bassano, a Castelfranco. Visité viejas iglesias y contemplé cuadros mal iluminados. Paseé en coche y a pie. Pasé horas enteras fumando, sentado en las terrazas de los cafés, bajo los toldos amarillos.

 

Pero a despecho de tales pasatiempos, apenas disfruté de mi viaje. El amargo recuerdo de mi humillación me perseguía a todas partes.”  

(pág. 93)

 

Ya sólo con una mirada superficial nos damos cuenta de que la versión no es demasiado fiel y que se deja cosas e incluso cambia el orden de otras.

 

Pero lo que me trajo a la memoria este pasaje es otro muy célebre (y celebrado) de Flaubert, en La educación sentimental, cuando Frédéric Moreau, tras ver caer en la Comuna de París a un amigo, con el telón de fondo del desapego de su amada la señora Arnoux, se marcha de la ciudad. Leemos:

 

“Il voyagea.

Il connut la mélancolie des paquebots, les froids réveils sous la tente, l’étourdissement des paysages et des ruines, l’amertume des sympathies interrompues.

Il revint.

Il fréquenta le monde, et il eut d’autres amours encore. Mais le souvenir continuel du premier les lui rendait insipides ; et puis la véhémence du désir, la fleur même de la sensation était perdue. Ses ambitions d’esprit avaient également diminué. Des années passèrent ; et il supportait le désœuvrement de son intelligence et l’inertie de son cœur.”

(III, 6)

 

Cuya traducción es:

 

“Viajó.
Conoció la melancolía de los paquebotes, los fríos desper­tares bajo la tienda de campaña, el aturdimiento de los paisajes y de las ruinas, la amargura de las simpatías interrumpidas.

Volvió.
Frecuentó la sociedad y tuvo otros amores. Pero el recuerdo continuo del primero los hacía insípidos; y además había perdido la vehemencia del deseo, la flor misma de la sensación. Sus ambiciones intelectuales también habían disminuido. Pasaron los años, y soportaba la ociosidad de su inteligencia y la inercia de su corazón.

 

 

Hay notables diferencias entre ambos pasajes (en uno se trata de una escapada de unos días; en el otro, de años, por ejemplo), pero el aire de familia entre los dos fragmentos es llamativo, y creo que constituye una de esas tangencias inauditas que, a veces, sorprendo entre obras bien diferentes.

 

Otra cosa que deja percibir el pasaje es que James, sin duda, pertenece a la estirpe de escritores tocados por el estilo de Flaubert. No como nuestro incalificable don Pío Baroja, en una de cuyas novelas (César o nada) nos podemos topar con lo que sigue:

 

“- No sé quién es Homais -repuso César.

-Un boticario ateo en la novela de Flaubert Madame Bovary. ¿No la ha leído usted?

- Sí; tengo una vaga idea de haberla leído. Una cosa muy pesada; sí…, creo que la he leído.”

 (pág. 147 edición de la trilogía Las ciudades, Alianza)

 

Pero adonde quería llegar yo con este post es a lo siguiente. Toda la novelita de James gira en torno a un crítico literario que narra cómo, de manera obsesiva, quiere obtener unos papeles de un poeta a quien adora, Jeffrey Aspern, que se encuentran en poder de la centenaria mujer que fue su musa y amante mucho tiempo atrás, Juliana. Ésta vive en un caserón vetusto en Venecia, junto con su sobrina Tina. No salen nunca, ni tienen vida social, ni prácticamente vida de ningún tipo. El narrador se instala allí (les alquila unas habitaciones a precio de oro: la musa resulta ser una vieja avariciosa) y comienza el asedio a ambas mujeres (principalmente a la sobrina, a quien sin querer enamora) para obtener los papeles. Se trata de un caso, casi enfermizo, de fetichismo literario. Él entiende que en esos papeles -cartas principalmente- habrá muchas claves que expliquen la maravillosa obra del poeta (según la percepción de nuestro crítico).

 

Ni que decir tiene que finalmente, tras morir la anciana, Tina, despechada en sus sentimientos por el narrador, quemará los deseados papeles y nunca llegaremos a saber qué contenían. ¿Tenemos que sentirlo? ¿Nos quedamos con las ganas de saber más cosas? En absoluto. Lo que ha hecho magistralmente Henry James con el fetichismo literario del narrador es crear una obra maestra del arte literario. Los papeles de Aspern no son los del poeta Jeffrey, que murió a principios del siglo XIX; los verdaderos (y valiosos) papeles de Aspern son los de Henry James.

 



 Henry James pintado por John Singer Sargent, 1913.

             

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