domingo, 28 de noviembre de 2021

Dos fragmentos de LA COLMENA de Cela (el gitanillo cantor), comentados por Lázaro Carreter

 

Traigo de nuevo al blog un comentario de texto de Fernando Lázaro Carreter, de sus magníficos libros de Anaya para estudiantes de 1º de BUP. El hecho de que esté fusilado en el ciberespacio, sin citar a su autor, me ha servido para teclear un poco menos. He intentado, eso sí, restituir el texto a como era en aquellos asombrosos manuales azules.

Lo inserto en el blog por su valor en sí, y porque me servirá para contextualizar una entrada que tengo en mente escribir próximamente. Aquí va el comentario:


     Introducción


Camilo José Cela (nacido en 1916) ocupa un puesto destacadísimo entre los prosistas contemporáneos. Su obra es abundante y polifacética: novelas de construcción muy diversa, cuentos, libros de viajes, ensayos, obras de prosa varia… Pero en cualquier género, destaca por lo vigoroso de sus creaciones y por su virtuosismo en el manejo de la lengua.


De su amplia producción, escogemos ahora La Colmena (1951), novela que traza un abigarrado cuadro del Madrid de la posguerra (la acción se sitúa en 1942). Según su autor la obra “no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad”. Acaso también sea una pintura hecha a través de lentes deformantes que el autor se pone para acentuar su amargura y su disconformidad ante lo que la realidad le ofrece. Sus páginas -como casi todas las de Cela- son duras, desgarradoras, hasta crueles, aunque con resquicios que dejan ver una soterrada ternura.


Por la novela, “de arquitectura compleja", como también ha dicho el autor, "bullen" unos trescientos personajes que Cela toma y deja a lo largo de las páginas, tejiendo así -en rápidos apuntes- la tela de un vivir colectivo. De esa colmena, de ese enjambre de personajes entresacamos la conmovedora figura de un gitanillo que se gana la vida cantando por las calles. Nos ha parecido interesante engarzar dos de los fragmentos que Cela les dedica. Hélos aquí:


Texto


En la acera de enfrente, un niño se desgañitaba a la puerta de una taberna:


Esgraciaito aquel que come

el pan por manita ajena;

siempre mirando a la cara

si la ponen mala o buena.


De la taberna le tiran un par de perras y tres o cuatro aceitunas que el niño recoge del suelo, muy de prisa. El niño es vivaracho como un insecto, morenillo, canijo. Va descalzo y con el pecho al aire, y representa tener unos seis años.


……………………..



Al niño que cantaba flamenco le arreó una coz una golfa borracha. El único comentario fue un comentario puritano.

¡Caray, con las horas de estar bebida! ¿Qué dejará para luego?

El niño no se cayó al suelo, se fue de narices contra la pared. Desde lejos dijo tres o cuatro verdades a la mujer, se palpó un poco la cara y siguió andando. [...]


El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida bestia de corral. Son muy pocos sus años para que el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo -o de la resignación- en su cara, y su cara tiene una bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de no entender nada de lo que pasa. Todo lo que pasa es un milagro para el gitanito, que nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas para cantar de puro milagro.


Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días. El año tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño, invierno. Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de orinar.


1. Primer acercamiento (Contenido y estructura)


- La impresión que nos domina es clara: la miseria humana y el desvalimiento del niño, frente a la indiferencia o la crueldad de los demás. Se diría que ese niño sólo tiene a una persona a su lado: el autor, cuya actitud de piedad y de irritación queda patente en diversos rasgos del texto.

- El primer fragmento nos presenta al gitanillo; es, en efecto, su primera aparición en la novela. Pero ya en esas breves líneas son perceptibles la actitud de la gente hacia él y su propia actitud ante los demás.

El segundo fragmento, más largo, se divide claramente en tres apartados, en cuanto a su estructura interna: en primer lugar, un incidente brutal (“Al niño […] siguió andando”); en segundo lugar, una descripción del niño, acompañada de reflexiones del novelista (“El niño […] puro milagro.”); el párrafo final deja paso libre a unas consideraciones del autor, sorprendentes en apariencia, pero -en realidad- cargadas de amarga protesta.


2. Análisis del texto (Expresión y contenido)


- A la puerta de una taberna (única nota de ambiente) aparece el niño cantando. El verbo se desgañitaba revela su esfuerzo por atraer la atención con su canto, su “trabajo”. La elección del cantar del niño está cargada de intención por parte de Cela: es un grito de queja ante la servidumbre, tema frecuente en el flamenco, que se adapta a la condición del pequeño mendigo. Por otra parte, los rasgos populares de la lengua (esgraciaíto, manita, la sintaxis de los dos últimos versos) cumplen una sencilla función caracterizadora, haciendo patente el origen social del niño.

El pago que este recibe nos sorprende, de una parte, por la mezquindad: un par de perras y tres o cuatro aceitunas. (Notemos de paso el vulgarismo perras, más acorde que “monedas”, por ejemplo, con el ambiente de la taberna.) Pero sorprende más aún el proceder (le tiran), que revela una atroz insensibilidad. Se le trata como a un perro. Y con actitud de perro se traza, en efecto, la reacción del niño: recoge del suelo lo que le han echado (¡también las aceitunas!) Y muy de prisa, sí, como un perro famélico.

Con lo visto contrastarán, en la frase siguiente, unas inequívocas notas de simpatía que inicia el adjetivo vivaracho; la comparación como un insecto, aporta un toque gráfico al adjetivo precedente, aunque también anticipe ciertos rasgos de animalidad que luego veremos; la ternura es clara en el diminutivo morenillo, mientras que la palabra canijo encierra unas agridulces connotaciones, ásperas y compasivas. La sensibilidad del autor, agridulce también, empieza a traslucirse.

Se completa este primer boceto del muchacho con un par de notas sobre su indumentaria, que insisten en el tema de la pobreza. Y, como un coletazo final, esta escueta acotación: ese niño representa tener unos seis años. El haber esperado hasta aquí para descubrir la corta edad del gitanillo es, indudablemente, un rasgo intencionado: Cela ha querido producir un seco impacto en la conciencia del lector.


- Momentos más tarde (pocas páginas atrás, en la novela), se produce el incidente que se cuenta al principio del segundo fragmento. La agresión al gitanillo es transcrita con un vocabulario especialmente áspero: le arreó una coz una golfa borracha. Todo en esa breve frase -verbo, sustantivos, adjetivo, sonidos- tiende a poner de relieve la brutalidad.

Ante ello, sólo surge un comentario (de algún espectador) que Cela califica irónicamente de puritano: en efecto, sólo alude a que la mujerzuela está bebida; ni una palabra de piedad para el niño; no se le defiende, no se le ayuda. De nuevo apreciamos la insensibilidad de la gente.


La fuerza del golpe aparece en la expresión se fue de narices... Pero el niño se limita a lanzar unas imprecaciones desde lejos (temor). Luego se palpó la cara y siguió andando: es ahora la actitud de un perro apaleado.


- La demorada descripción del niño lo presentará, precisamente, con lastimosos rasgos de animalidad que ya hemos ido percibiendo. El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico... Las dos frases forman un paralelismo que subraya con fuerza el contraste entre persona y animal doméstico (el adjetivo, por su parte, denota servidumbre). Pero la segunda frase se prolonga aún -también en insistente paralelismo- con dos complementos de creciente dureza: de animal se pasa a bestia de corral, y los implacables adjetivos (sucia, pervertida) denuncian definitivamente la triste condición reflejada en aquella cara. El período, construido con insistentes golpes, parece cargado de indignación ante lo que una vida humana ha hecho con ese chiquillo: un ser inicuamente degradado.

Y, sin embargo, esa cara aún conserva la inocencia. Son muy pocos sus años para que el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo -o de la resignación- en su cara. Acude el autor a una fuerte metáfora (navajazo) para designar los rasgos que el dolor irá dejando, sin duda, en ese rostro. Pero, de momento, la expresión aún es bella e ingenua, adjetivos que chocan -de nuevo lo agridulce- con estúpida, si bien esta palabra se toma aquí en su sentido más estricto, tal y como dice la frase siguiente (una expresión de no entender nada...). Una criatura ingenua ante un mundo incomprensible. Todo lo que le pasa es, en efecto, inconcebible. Para subrayarlo, el autor -con su amarga ironía- escoge la palabra milagro, repetida machaconamente en frases también paralelas (el paralelismo -aquí recurso de insistencia- es frecuente en la prosa de Cela).


- Llegamos a las consideraciones finales del novelista. Al principio nos sorprende un brusco cambio de tono. ¿A qué vienen esas perogrulladas sobre los días, las noches, las estaciones del año? Cela es de una sutil habilidad. Con dos frases que parecen cansinas (otro efecto del paralelismo) y con una fría enumeración, recoge el discurrir del tiempo, con una sensación de invariable monotonía. Pero en el lector, conmovido aún por la imagen del niño, surge sin duda una asociación de ideas: el tiempo seguirá, y seguirá también -invariable- el vivir mísero del gitanillo. Eso nos sugiere la última frase: Hay verdades que se sienten dentro del cuerpo... Verdades que se sienten como físicamente, como el hambre o las ganas de orinar. Este contundente final parece dicho con la rabia de quien asiste impotente a una muestra de la miseria humana.


Conclusión


Decía Cela que La Colmena reflejaba la "áspera, entrañable y dolorosa realidad". Estos adjetivos traducen fielmente la actitud y el estilo del autor: lo áspero y lo doloroso se mezclan con lo entrañable; lo desgarrado, con lo tierno. Claramente ha podido verse en este boceto de uno de tantos personajes de la novela.

Asimismo, el lenguaje del autor resulta agrio las más veces y se carga, en ocasiones, de una sutil afectividad. En conjunto, late en esta página, sin lugar a dudas, una irritada protesta y una honda humanidad.




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