Una de las nociones que me impresionó mucho de lo poco que pude entender de Heidegger fue la de “habladuría” (en alemán “Gerede”): hablamos con palabras que no nos pertenecen, decimos con frecuencia lo que se dice (lo ya codificado sintáctica y semánticamente) y, por lo tanto, no lo que querríamos –o tendríamos que- decir. Esta carencia de lenguaje yo la entendía como un signo de alienación, de extrañamiento. “Se trata de un extrañamiento que va más allá de lo social, ontológico”, me decía Fernando, que fue quien me pasó el texto de Heidegger. Hoy me encuentro con este poema de Roberto Juarroz que, creo, expresa perfecta y poéticamente la noción del filósofo:
Parecería que alguien,
escondido entre las bambalinas de la vida,
introduce en nuestro diálogo
frases que no nos pertenecen.
El apócrifo apuntador,
simulando nuestra voz,
la coloca en los espacios insalvables
que dejan entre sí las palabras del hombre.
Todo lenguaje es un malentendido.
Pero esta oscura interferencia va más lejos
y se introduce en nuestra soledad,
en los intersticios del monólogo
que cada cual sostiene
como la última columna de su templo.
¿Hacia quién
o por lo menos hacia dónde
podemos hablar?
La palabra propia del hombre
todavía no existe.
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