martes, 24 de mayo de 2022

Un poema de Francisco Brines: VIDAS PARALELAS (con breve comento)

 

VIDAS PARALELAS


A Guillermo Carnero


DON Gregorio Mayáns cuenta en epístola

la costumbre adquirida de un caballero valenciano, dotor

Balthasar Íñigo, que estudió doce años las obras

de Gassendi, para lo cual subía a su terrado

amaneciendo y no bajaba hasta el anochecer.


Amigo mío, tu costumbre adquirida

va por el año sexto, y anocheciendo subes

con criatura mísera a tu alcoba

(yo sé cuán húmeda), y en el amanecer

viuda de ti desciende. Tu talento persigue

conocimiento de la vida, y eres experto

en materia inmoral. Has logrado, y me admira,

digna serenidad, pues tras los sobresaltos

y esforzados sucesos que narras con decoro,

fatiga tu mirada una experiencia dura.


No es fácil acertar quién alcanzó, con tan distantes métodos,

mayor sabiduría, más vida plena,

(y oyéndote la risa funeraria) más placer.

Hay en lejanas vidas secretos casamientos,

y en juicio confuso es la sentencia torpe;

el tiempo sea el juez, y no habrá engaño:

que a debida distancia cualquier vida es de pena.


(Francisco Brines, Aún no, 1971)


Viendo anoche el programa de Imprescindibles, dedicado a Francisco Brines, muchas cosas pasaron por mi cabeza. Me impresionó ver el cuerpo del poeta (ya casi espíritu, como el de mi madre poco antes de morir), pero al mismo tiempo ese cuerpo casi derruido conservaba una cabeza lúcida todavía. Elegíaco -como la poesía del autor- me resultó ver poetas (que conocí en su treintena) ya casi sesentones, o a Guillermo Carnero, que fue profesor mío allá por 1979 y 80, con todo el pelo blanco. 

La conjunción Brines-Carnero me lleva a este poema, uno de mis preferidos del primero, dedicado al segundo. Los que asistíamos a las clases que Guillermo, en el teatrito del tercer piso de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, nos impartía sobre Modernismo y Vanguardias, intentábamos desentrañar el sentido de "el rictus" de Carnero: esa media sonrisa en la boca con que nos decía las cosas más serias y las más canallas, sin llegar a saber nunca si hablaba en serio o se reía (de nosotros, del mundo, de él mismo). Pues bien, al leer en este poema eso de "la risa funeraria" no podíamos dudar de que Brines había calado perfectamente a nuestro admirado profesor. 

A mí, particularmente, me gustaba esa supuesta contraposición (?) de eros y saber en que se basaba el poema, pues a lo que aspiraba yo -como muchos de mi generación- era a sintetizar ambos y llevar una vida sabiamente erótica o eróticamente sabia. Pero, desde luego, lo que más me tocaba del poema era su verso final, ese verso que es una lección de vida (y de resignación): "que a debida distancia cualquier vida es de pena", y que de alguna manera me recuerda el final del Réquiem de Rilke:

"¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo."




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