lunes, 13 de diciembre de 2021

Tangencias inauditas: Gavroche y el gitanillo cantor (Victor Hugo y Cela)

 

Lo vemos a diario en los supermercados. El homeless, el sin techo, como lo traducimos, el alcohólico callejero avanzan su moneda o monedas -frecuentemente calderilla- en la cinta movediza, y sólo entonces depositan su botella de cerveza o tetrabrick de vino. Salen a paso ligero con su presa del establecimiento y no esperan el ticket de compra. ¿Para qué? ¿Qué podrían reclamar ellos? Bastante es que les vendan el producto y no les nieguen la entrada amparándose en la reserva del “derecho de admisión”.


Este detalle de ir con el dinero por delante (ellos no tienen crédito) no se le escapa a la literatura, y hoy quiero traer al blog un par de fragmentos en que, precisamente, este pequeño detalle constituye uno de los elementos de la profunda sugestión que provocan en el lector.


El primero pertenece a Los miserables, de Victor Hugo, obra titánica y destartalada, folletinesca y verbosa, que no deja de ser grande, aunque sólo fuera por la creación del personaje de Gavroche, ese niño de la calle (ese gamin), verdadero ángel de los suburbios, que va sembrando el bien y dejando una estela de generosidad por donde quiera que anda.


En un momento de la obra Gavroche se encuentra en la calle dos niños desamparados (no sabe que son sus hermano, pues hace tiempo que no vive en casa), los acoge, les da alojamiento en un lugar inusitado (el elefante de la plaza de la Bastilla, arquitectura efímera del XIX) e incluso los alimenta. Esta es la escena:



Cependant il s’était arrêté, et depuis quelques minutes il tâtait et fouillait toutes sortes de recoins qu’il avait dans ses haillons.

Enfin il releva la tête d’un air qui ne voulait qu’être satisfait, mais qui était en réalité triomphant.

Calmons-nous, les momignards. Voici de quoi souper pour trois.

Et il tira d’une de ses poches un sou.

Sans laisser aux deux petits le temps de s’ébahir, il les poussa tous deux devant lui dans la boutique du boulanger, et mit son sou sur le comptoir en criant:

Garçon! cinque centimes de pain.

Le boulanger, qui était le maître en personne, prit un pain et un couteau.

En trois morceaux, garçon! reprit Gavroche, et il ajouta avec dignité:

Nous sommes trois.



En la traducción de Nemesio Fernández Cuesta:



En esto se había parado, y andaba hacía algunos minutos tentando y registrando todos los rincones que tenía en sus harapos.

Por fin levantó la cabeza con una expresión no satisfecha, pero en realidad triunfante.

- Calmémonos, monigotillos. Ya tenemos con qué cenar los tres.

Y sacó de un bolsillo un sueldo.

Y sin dejar a los dos niños tiempo para alegrarse, los empujó delante de sí hasta la tienda de un panadero, y puso el sueldo en el mostrador, gritando:

- ¡Mozo! Cinco céntimos de pan.

El panadero, que era el amo en persona, cogió un pan y un cuchillo.

- ¡En tres pedazos, mozo! -gritó Gavroche, añadiendo con dignidad-: Porque somos tres.

(subrayados míos)



Lo curioso es que en La colmena, de Camilo José Cela, encontramos un episodio en que comparece ese mismo detalle del dinero por delante. Se trata del gitanillo cantor, que ya hemos traído a estas páginas en un estupendo comentario de textos de Lázaro Carreter. Este personaje aparece en seis breves momentos a lo largo de la novela. En la tercera vez asistimos a la siguiente escena:



El gitanillo, a la luz de un farol, cuenta un montón de calderilla. El día no se le dio mal: ha reunido, cantando desde la una de la tarde hasta las once de la noche, un duro y sesenta céntimos. Por el duro de calderilla le dan cinco cincuenta en cualquier bar; los bares andan siempre mal de cambios.

El gitanillo cena, siempre que puede, en una taberna que hay por detrás de la calle de Preciados, bajando por la costanilla de los Ángeles; un plato de alubias, pan y un plátano le cuestan tres veinte.

El gitanillo se sienta, llama al mozo, le da las tres veinte y espera a que le sirvan.

Después de cenar sigue cantando, hasta las dos, por la calle de Echegaray, y después procura coger el tope del último tranvía. El gitanillo, creo que ya lo dijimos, debe andar por los seis años.


(subrayado mío de nuevo)


Me sobrecoge encontrar en la literatura este tipo de tangencias inauditas. Y me ensancha el corazón.

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