domingo, 24 de enero de 2021

Leyendo traducciones. (Herzog, de Saul Bellow, traducido por Rafael Vázquez Zamora)

 


En mis años mozos, cuando acaparaba muchos libros, con frecuencia compraba una novela, un ensayo o un libro de poemas junto con su versión original en inglés, francés o italiano. Mi idea era que por el momento podía leer las traducciones. Pues que me aplicaba a aprender diversos idiomas, ya llegaría el tiempo de leer los originales directamente. Ese tiempo soñado nunca llegó. Son pocos los libros en su lengua original que he llegado a completar. Recuerdo The meaning of art, de Herbert Read, en mi primer viaje a Londres, o The Europeans, de Henry James, bajo las aspas del ventilador en las cálidas tardes de Camboya. La única lengua que he llegado a leer casi de corrido es el francés, y Racine, Molière o Ionesco, a la par que muchos ensayos, fueron leídos de esa manera, pero nunca me atreví con una novela realista (ya lo intenté en portugués con Eça de Queiroz y hube de pasarme al castellano), ni tampoco con el inglés de Shakespeare. En italiano leí tempranamente La cultura del Rinascimento, de Eugenio Garin, pero tardé casi 20 años en volver a leer un libro completo, Contributo a una critica di me stesso, de Croce, lo que me generó un gran malestar al tener viva conciencia del hiato.


Si no llegué a cumplir ese sueño de leer sin dificultad los textos en sus propias lenguas (ni ese otro de ser un comparatista que se manejara en 5 o 6 idiomas), por lo menos ese acopio de originales me ha permitido al leer traducciones tener frecuentemente cerca la fuente para consultar pasajes oscuros o traducciones dudosas.


Eso me lleva a continuas discusiones mentales con el traductor, e incluso a disgustos con su deficiente tarea, algo que me duele porque, precisamente, considero al traductor uno de los especímenes humanos más valiosos -esa enorme y trascendente labor de mediación entre lenguas y culturas-, y a la traducción como uno de los ejercicios intelectuales más completos y enriquecedores que existan.


Todo esto viene a cuento de mi lectura actual: Herzog, de Saul Bellow, que leo en la traducción coetánea a la obra de Rafael Vázquez Zamora, pero con el original inglés muy cerca. No diría que es una mala traducción (aunque Muñoz Molina, en un artículo sobre Bellow, nos advierte de lo difícil que es traducirlo y de lo maltratada que ha sido su prosa en las versiones españolas), aunque sí muestra serias deficiencias.

Pondré algunos ejemplos: en la página 97 de la edición de Destino que manejo se lee, a propósito de Shapiro, un amigo de Herzog:


Hablaba con largas frases -podían llamarse proustianas- de construcción germánica y llenas de una increíble retórica. Por ejemplo, decía: “Tomando una posición equilibrada, yo me atrevería a afirmar el mérito de esa tendencia antes de haber hecho una consideración más reposada”.


Como lo que leo me rechina, consulto el original y encuentro:


He spoke in long sentences, Proustian he may have tought -actually Germanic, and filled with incredible bombast. “On balance, I should not venture to assay the merit of the tendency without more mature consideration”, he was saying.


No sólo ha desaparecido una negación, “yo no me atrevería a afirmar”, y así se pone lo contrario de lo que es -posible error de tipógrafo-, sino que al comienzo la oposición entre lo que Shapiro piensa de sí (mis frases son proustianas) y lo que el narrador ve con mirada satírica (sus frases son germánicas y llenas de ampulosidad) se pierde.


En otro momento de la novela (página 140) me encuentro:


Pero ahora Madeleine desea tener Navidades blancas, y torrijas en Semana Santa y (…)


Me entra la curiosidad de ver cómo se dirá torrijas en inglés:


But now Madeleine wants white Christmases and Eastier bunnies and (…)


Resulta que eran conejitos de Pascua, que al ser traducidos como torrijas (el equivalente cultural nuestro, por así decir), producen una importante pérdida de color local en un escritor tan localizado (intelectual judío, profesor en Chicago, etc.) como Saul Bellow.


Estas cosas, con ser importantes, no son lo más deficiente de la traducción, sino otras cosas, imperdonables, como saltarse pasajes breves (2 o 3 líneas) u otros más extensos (desde media página -en la 112, de nuestra edición-, a 4 o 5 páginas -de la 80 a la 84- en lo que llevo leído, algo menos de media novela), a veces, estas elisiones largas, lo son de pasajes ideológicamente esenciales para la caracterización y comprensión cabal del personaje.


Tal vez otro día, si tengo fuerzas, traduciré alguno de estos pasajes omitidos.

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