Parece ser que en los anhelos de elevación de Baudelaire (el Ideal que acompaña al Spleen), así como en su concepción de la tierra como exilio, late fuertemente el influjo platónico (también, por supuesto, el cristiano en su visión del ángel caído). El caso es que en dispersas lecturas he encontrado dos pasajes platónicos que me han hecho pensar intensamente en el Albatros baudelairiano.
El primero es un fragmento del Fedro que encontré citado en la Breve historia y antología de la estética, de José María Valverde. Reza así:
“Y por tanto sólo la mente del filósofo tiene alas, y eso es justo, pues, en la medida de su capacidad, siempre está aferrándose en el recuerdo de las cosas en que reside Dios y contemplando lo que es. Y el que emplea bien esos recuerdos se inicia siempre en misterios perfectos y es el único que llega a ser verdaderamente perfecto. Pero como olvida los intereses terrenales y queda arrebatado por lo divino, el vulgo le considera loco y le rechaza, sin ver que está inspirado.
Hablo aquí de la cuarta y última especie de locura, que se atribuye al que, al ver la belleza de la tierra, queda transportado con el recuerdo de la verdadera belleza: le gustaría echar a volar, pero no puede; es como un pájaro que se agita y mira a lo alto, sin cuidado por el mundo de abajo, y por eso le creen loco.”
El segundo pasaje consiste en una anécdota sobre Tales de Mileto (su caída en un pozo) que cuenta Platón (la tomo de W. Weischedel: Los filósofos entre bambalinas):
“Mientras Tales observaba las estrellas y miraba hacia arriba, cayó en un pozo y lo descubrió una sirvienta tracia, llena de vivacidad e ingenio. Tales deseaba saber qué había en el cielo; pero no se daba cuenta de lo que tenía delante suyo y bajo sus pies.”
El filósofo en el pozo es, desde luego, una aparición bastante curiosa. No obstante Platón da a ese relato un giro muy formal: “Todos los que viven dentro de la filosofía pasan por el mismo ridículo, ya que, en realidad, a alguien así se le oculta lo vecino y cercano, no sólo en todo cuanto hace sino también, casi, en su propio interior, en el concepto de si es realmente un ser humano o alguna otra forma de vida… Si se ve obligado, ante los tribunales, o ante cualquier otra audiencia, a hablar de lo que se encuentra a sus pies o lo que tiene ante sus ojos, provoca las carcajadas no sólo de las tracias, sino también de todos los demás presentes. Su grande inexperiencia le hace caer en pozos y encontrarse en toda clase de apuros, lleno de confusión; su torpeza es enorme y parece casi simplicidad.”
El giro fundamental que da Baudelaire al precedente platónico es el de sustituir al filósofo por el POETA.
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