viernes, 14 de octubre de 2011

La alusión mitológica en el Renacimiento: unos versos de la Égloga primera


En la maravillosa Égloga primera de Garcilaso, en un momento dado Nemoroso evoca la terrible noche en que su amada Elisa murió de parto.
Lanza unos duros reproches a Diana cazadora, a quien identifica con Lucina, diosa de los partos (a veces se otorga esta potestad a Selene, la diosa luna, a causa de su extraordinaria fecundidad con el pastor Endimión).

Al comienzo de los reproches de Nemoroso encontramos algunos de los versos más logrados de la literatura española: esos endecasílabos enfáticos que llevan sendas alusiones mitológicas, a la vocación cazadora de la diosa (inexorable en tanto que virgen reacia al amor), y a su enamoramiento de Endimión (el pastor dormido).

En la tercera estrofa le pide a su amada que interceda en las alturas para que se le conceda morir cuanto antes y se puedan reencontrar en el cielo de Venus, el de los amantes (en la tercera rueda), donde se sumerjan en una indescriptible otredad, sin el miedo y sobresalto que a los amantes produce la amenaza de separación y pérdida.



Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?

Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

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