miércoles, 20 de julio de 2011
Azorín evoca a Menéndez y Pelayo
La remembranza que guardamos de Menéndez y Pelayo es la de un señor que va por la calle con una capita y un sombrero hongo, un señor no viejo, sí trabajado; un señor con los ojos sin luz —de tanto leer— y una barba canosa; un señor que marcha lentamente, como abstraído. Cuando le saludan, tarda un momento en darse cuenta y parece salir de un sueño. Menéndez Pelayo: libros, libros y siempre libros. Es el último gran obrero del cerebro para quien todo lo que existe es literario. Ni política, ni viajes, ni ciudades, ni campos, ni árboles. Tenía que hacer muchas cosas en la esfera de los libros; era grande la tarea que realizar; no podía salir de los libros y ocuparse en otras cosas. Por la calle se oye un estrépito de algo que pasa, no sabemos qué; pero este señor que está en su estudio tiene entre las manos un libro y no puede dejarlo para asomarse a la ventana. ¡Ah, la inmensa, abrumadora labor del querido don Marcelino! Otros, después del trabajo realizado por él, podrán asomarse á la ventana y contemplar la vida, y relacionar los libros con las ciudades y los campos, y gustar de una síntesis del ambiente de España, formada con la literatura, el paisaje y los interiores. Pero se ha necesitado para esto que este señor, que pasa con su capita y con su hongo, como abstraído, lentamente, se quedara, de tanto leer y escribir, sin brillo en la mirada, fatigadísimo...
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