viernes, 4 de julio de 2025

Un fragmento de Ivo Andric: sobre el origen de los puentes

 

Cuando viajé a Perugia, por primera vez, para aprender italiano, mis principales amigos allí fueron un alemán, Wolfgang, y dos croatas, Branko y Erwin, compañeros de clase y del asueto vespertino, paseando por el Corso Vanucci, al tiempo que blandíamos el inevitable helado de stracciatella.

 

Un día les pregunté a mi amigos yugos (todavía existía Yugoslavia) cuál era la obra literaria fundamental de su país. Y me nombraron a Ivo Andric, premio Nobel, cuyo Un puente sobre el Drina era la joya de la corona de su literatura. Retuve la referencia en mi cabeza, y tiempo después adquirí la obra, pero no ha sido hasta ahora, unos cuarenta años más tarde, que me he puesto a leerla (así de cargada y exigente es mi agenda de lecturas).

 

La obra no me ha defraudado lo más mínimo, sino que me parece excelente, con una prosa al mismo tiempo cristalina, precisa y profunda. Pasa revista a cuatro siglos de historia local en torno al puente y la ciudad de Visegrad, en Bosnia, con la cotidiana y difícil convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos que pueblan la región. Una novela histórica y coral cuyo protagonista principal no es otro que el magnífico puente.

 

Quería traer al blog una pequeña muestra de la obra y he elegido el siguiente fragmento. Un personaje muy sufrido, Alí-Hodja, cuenta en un momento dado la siguiente leyenda sobre el origen de los puentes:             

 

 

“Hace tiempo, mi difunto padre oyó decir al jeque Dediyé, y me lo contó a mí cuando era niño, cuál es el origen de los puentes y cómo se construyó el primero. Cuando Alá, el poderoso, creó este mundo, la tierra estaba llana y lisa como la palma de la mano. El Diablo, que tenía envidia del hombre por el don que Dios le había concedido, se sintió molesto. Y entonces, aprovechándose de que la tierra estaba todavía como cuando salió de las manos de Dios, húmeda y blanda como una pasta, se deslizó y arañó con sus uñas la faz de la tierra de Dios, tanto y tan profundamente como pudo. Fue así, según lo cuenta esta historia, como aparecieron los profundos ríos y los precipicios que separan los países y a los hombres, e impiden que éstos viajen por la tierra que Dios les ha dado para que disfruten de ella como de un jardín y consigan sus alimentos y cuantas cosas precisen. Alá se sintió apenado cuando vio lo que aquel maldito había hecho, pero como no podía volver a empezar la obra que el Diablo había ensuciado, envió a unos ángeles, a fin de que ayudasen y facilitasen el camino a los hombres. Cuando los ángeles vieron que los desdichados seres humanos no podían cruzar aquellos abismos y aquellas profundidades, ni realizar sus trabajos, y observando que se torturaban y miraban en vano y se llamaban a voces de una orilla a otra, extendieron sus alas por encima de aquellos lugares y las gentes pudieron pasar por encima de ellas. Los hombres aprendieron así, de los ángeles de Dios, cómo se construyen los puentes. Y por eso, después de las fuentes, no hay bien más grande que construir un puente, y es un gran pecado tocarlo, puesto que todo puente, cualquiera que sea, desde el sencillo tronco de árbol que franquea un torrente de montaña hasta esta hermosa obra de Mehmed-Pachá, tiene un ángel que lo guarda y lo mantiene durante tanto tiempo como Dios haya decidido que permanezca en pie.”




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