Cuando viajé a Perugia, por
primera vez, para aprender italiano, mis principales amigos allí fueron un
alemán, Wolfgang, y dos croatas, Branko y Erwin, compañeros de clase y del
asueto vespertino, paseando por el Corso Vanucci, al tiempo que blandíamos el
inevitable helado de stracciatella.
Un día les pregunté a mi
amigos yugos (todavía existía
Yugoslavia) cuál era la obra literaria fundamental de su país. Y me nombraron a
Ivo Andric, premio Nobel, cuyo Un puente
sobre el Drina era la joya de la corona de su literatura. Retuve la
referencia en mi cabeza, y tiempo después adquirí la obra, pero no ha sido
hasta ahora, unos cuarenta años más tarde, que me he puesto a leerla (así de
cargada y exigente es mi agenda de lecturas).
La obra no me ha defraudado
lo más mínimo, sino que me parece excelente, con una prosa al mismo tiempo
cristalina, precisa y profunda. Pasa revista a cuatro siglos de historia local
en torno al puente y la ciudad de Visegrad, en Bosnia, con la cotidiana y difícil
convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos que pueblan la región. Una
novela histórica y coral cuyo protagonista principal no es otro que el magnífico
puente.
Quería traer al blog una pequeña
muestra de la obra y he elegido el siguiente fragmento. Un personaje muy
sufrido, Alí-Hodja, cuenta en un momento dado la siguiente leyenda sobre el
origen de los puentes:
“Hace tiempo, mi difunto
padre oyó decir al jeque Dediyé, y me lo contó a mí cuando era niño, cuál es el
origen de los puentes y cómo se construyó el primero. Cuando Alá, el poderoso,
creó este mundo, la tierra estaba llana y lisa como la palma de la mano. El
Diablo, que tenía envidia del hombre por el don que Dios le había concedido, se
sintió molesto. Y entonces, aprovechándose de que la tierra estaba todavía como
cuando salió de las manos de Dios, húmeda y blanda como una pasta, se deslizó y
arañó con sus uñas la faz de la tierra de Dios, tanto y tan profundamente como
pudo. Fue así, según lo cuenta esta historia, como aparecieron los profundos
ríos y los precipicios que separan los países y a los hombres, e impiden que
éstos viajen por la tierra que Dios les ha dado para que disfruten de ella como
de un jardín y consigan sus alimentos y cuantas cosas precisen. Alá se sintió
apenado cuando vio lo que aquel maldito había hecho, pero como no podía volver
a empezar la obra que el Diablo había ensuciado, envió a unos ángeles, a fin de
que ayudasen y facilitasen el camino a los hombres. Cuando los ángeles vieron
que los desdichados seres humanos no podían cruzar aquellos abismos y aquellas
profundidades, ni realizar sus trabajos, y observando que se torturaban y
miraban en vano y se llamaban a voces de una orilla a otra, extendieron sus
alas por encima de aquellos lugares y las gentes pudieron pasar por encima de
ellas. Los hombres aprendieron así, de los ángeles de Dios, cómo se construyen
los puentes. Y por eso, después de las fuentes, no hay bien más grande que
construir un puente, y es un gran pecado tocarlo, puesto que todo puente,
cualquiera que sea, desde el sencillo tronco de árbol que franquea un torrente
de montaña hasta esta hermosa obra de Mehmed-Pachá, tiene un ángel que lo
guarda y lo mantiene durante tanto tiempo como Dios haya decidido que
permanezca en pie.”