Por
la época en que me inicié en los estudios de humanidades, el asunto
de la autoría de la novelita renacentista constituía motivo de
grandes preocupaciones. La obra había sido adjudicada a Diego
Hurtado de Mendoza, y algunos ediciones se adscribían a este nombre,
pero otros insinuaban que era creación de un converso, o de un
erasmista. Un outsider
propone Lázaro Carreter en uno de sus enjundiosos ensayos. La broma
de Francisco Rico, en su Primera
cuarentena, de
atribuir
el Lazarillo
a seis autores, una
auténtica cofradía de pícaros, no consiguió disuadir a los
osados. Y así Rosa Navarro Durán propuso que era obra erasmista y
de Alfonso de Valdés, editándolo bajo su nombre, mientras que el
muy dudoso Francisco Calero insistía en que el autor indudable era
Luis Vives, valenciano. Casi prefiero quedarme con la tesis que lo
adscribe a un conciliábulo de obispos en viaje a Trento.
Pero,
ya profesor, en mis clases, a veces tenía iluminaciones eruditas y
se me revelaban aspectos
desconocidos de las obras: así fue como entreví la paternidad de
Mosén Millán respecto a Paco el del Molino, o el uso contrastante
de la terminología técnica para realidades vulgares que utiliza
Larra como motivo de humor. El caso es que un buen día, leyendo en
clase el Lazarillo,
me di cuenta de la frecuencia con que se utilizaba el vocablo (para
mí raro) “aparejo” y su derivado “aparejar” en tan escueta
narración. Una luz se hizo en mi interior, y les comuniqué a mis
alumnos que había descubierto al autor de la novela. Les pedí unos
días de plazo para comunicárselo. Se trataba de hacer un cribado en
los escritores de la época y ver quién usaba con frecuencias esos
vocablos. Ése, indudablemente, sería el autor de la novela. Leí
humanistas, santos, cronistas, aventureros,
y…, ¡oh decepción!, descubrí que la palabreja era empleada con
frecuencia por los más
variados plumíferos
del momento.
Ayer,
leyendo unas cartas de Juan de Ávila, me encuentro con el siguiente
pasaje:
“Y
después y antes de comulgar tengamos algún aparejo, y los mejores
son la fe cierta que vamos a recibir a Jesucristo Nuestro Señor, y
el pensamiento y amor de su Pasión, pues en su memoria se hace: y
así recreados, aparejémonos para comulgar otra vez; porque quien
entonces se apareja solamente a ella, muy pocas veces se hallará
aparejado. Corramos, pues, tras Dios, que no se nos irá; clavado
está en la Cruz (...)”
¿Será
tan venerable cristiano el autor del Lazarillo
de Tormes?