Jorge Mañach, el gran ensayista cubano, seguidor de Ortega y Gasset, alma de la Revista de Avance, prosista excelente, que alguna vez fuera denominado "la mejor prosa de América", cultivó también la pintura y la ilustración gráfica. Por eso conviene prestarle atención cuando escribe sobre pintura, porque, en efecto, domina muy bien la materia sobre la que reflexiona. De su libro sobre Goya, 1928, traemos al blog un comentario bastante ácido a "La familia de Carlos IV".
"Ese sardonismo característico le dicta lo más genial de su producción y, desde luego, su obra maestra, "La familia de Carlos IV" -acerba sátira plebeya contra una majestad de opereta; página de una elocuencia insuperada en la iconografía universal; alarde de penetración psicológica y de poder descriptivo, documento histórico de una veracidad y una audacia insobornables, que expresa como un pasquín el sentir popular en un momento ignominioso de la historia de España.
En el centro, aquella reina María Luisa, dos veces cortesana, cuyas veleidades impusieron a España la infausta dictadura del favorito Godoy, a quien la sátira decía:
Dejad de los estudios la molestia:
Para agradar a una bonita dama,
Basta con ser una bonita bestia.
Ya se ve cuánto tenía María Luisa de bonita. En éste, como en todos los retratos que Goya le hizo, repugna a la primera ojeada su semblante en arista, descarnado y oleoso, con los ojos sin pestañas, la nariz gacha y el duro frunce de la sonrisa. La figura toda, con su largo y rígido desgarbo, es digna pareja de la humanidad borreguil de Carlos IV. Goya ha sugerido impiadosamente la ironía de su corona, y como para acentuar el contraste o reivindicar la dignidad humana, ha colocado entre los cónyuges esa deliciosa figurilla asustada del infantito don Francisco de Paula, laciamente sujeto por una mano materna que nunca fue maternal. Parejos derroches de observación satírica en las demás caras, sobre todo en la mustia del infante don Antonio, que emerge sobre el hombro izquierdo del Rey, y en esa ave de rapiña que se asoma al fondo, cerca de la silueta penumbrosa del propio Goya. Este ha llevado su malignidad y su ironía hasta el énfasis en la reproducción de las bandas, cruces y demás zarandajas del indumento palaciego. Todo el cuadro, que Teófilo Gautier describió como "la familia de un bodeguero que se ha sacado el premio gordo", es un delito de lesa majestad. No obstante, los reyes quedaron contentísimos con él, sin duda por verse enaltecidos con tan escénico aparato. Lástima que la historia no haya registrado las frases con que Goya recibió las regias felicitaciones."
(págs. 44-45)
jueves, 14 de marzo de 2019
martes, 12 de marzo de 2019
Jorge Mañach comenta un cuadro de Goya: Las dos jóvenes
En mi intento de traer a este blog contenidos que no figuren en el ciberespacio, y de prestar atención a aspectos de la cultura cubana, me he encontrado recientemente con un fragmento de Jorge Mañach, en su libro sobre Goya (1928), en que describe una obra del genial aragonés. Se suma a lo anterior mi interés por traer al blog comentarios de imágenes, en este caso una pintura de Goya que desconocía:
"Hay que apreciar al Goya costumbrista, sin embargo, no en los modelos para tapices, necesariamente enfáticos y efectistas, sino en los lienzos finales que mejor lo representan, en aquel maravilloso de "Las dos jóvenes", por ejemplo, que se encuentra en el museo de Lille y que es un dechado de frescura en el colorido, de gracia rítmica en la línea, de equilibrio en la composición. Se ve soplar allí un airecillo de Guadarrama que no mitiga bastante el rigor del sol mañanero en la orilla del Manzanares. Las bravas lavanderas, que han llegado a tomar en serio esa linfa anémica, víctima de todos los ingenios españoles (Quevedo llamó al Manzanares aprendiz de río, advirtiendo que había que regarlo en verano para que no echase polvo, y RAMÓN, confianzudamente, le apoda "en la intimidad" el Manzanarillos), esas mujeres ribereñas no se cuidan, digo, del sol picante que dora los linos en la tendedera. Pero la damita de copete que ha venido a enterarse, en lugar seguro, de su peligroso billete de amor, claro es que no está dispuesta a que el sol le saque las pecas. A su lado, la amiga mensajera ejerce, al resguardarla, un delicado celestinaje. ¡Qué doble eficacia estética, pues, la de este parasol! ¡Cómo al gesto de abrirlo, se llena de gracia y movimiento la figura en la sombra! ¡Y qué finos contrastes de claridad y penumbra, de ritmo y sosiego en las dos muchachas, sobre las cuales levantan, al fondo, las lavanderas -gente de trapos sucios- algún dudoso testimonio!
En ese lienzo admirable, Goya se iguala a Velázquez. Lo superaría en mérito, si Velázquez no hubiese venido primero."
(págs. 34-35)
"Hay que apreciar al Goya costumbrista, sin embargo, no en los modelos para tapices, necesariamente enfáticos y efectistas, sino en los lienzos finales que mejor lo representan, en aquel maravilloso de "Las dos jóvenes", por ejemplo, que se encuentra en el museo de Lille y que es un dechado de frescura en el colorido, de gracia rítmica en la línea, de equilibrio en la composición. Se ve soplar allí un airecillo de Guadarrama que no mitiga bastante el rigor del sol mañanero en la orilla del Manzanares. Las bravas lavanderas, que han llegado a tomar en serio esa linfa anémica, víctima de todos los ingenios españoles (Quevedo llamó al Manzanares aprendiz de río, advirtiendo que había que regarlo en verano para que no echase polvo, y RAMÓN, confianzudamente, le apoda "en la intimidad" el Manzanarillos), esas mujeres ribereñas no se cuidan, digo, del sol picante que dora los linos en la tendedera. Pero la damita de copete que ha venido a enterarse, en lugar seguro, de su peligroso billete de amor, claro es que no está dispuesta a que el sol le saque las pecas. A su lado, la amiga mensajera ejerce, al resguardarla, un delicado celestinaje. ¡Qué doble eficacia estética, pues, la de este parasol! ¡Cómo al gesto de abrirlo, se llena de gracia y movimiento la figura en la sombra! ¡Y qué finos contrastes de claridad y penumbra, de ritmo y sosiego en las dos muchachas, sobre las cuales levantan, al fondo, las lavanderas -gente de trapos sucios- algún dudoso testimonio!
En ese lienzo admirable, Goya se iguala a Velázquez. Lo superaría en mérito, si Velázquez no hubiese venido primero."
(págs. 34-35)
miércoles, 6 de marzo de 2019
Javier García Gibert habla sobre los valores del humanismo español
Me envía el amigo Javier García Gibert este enlace de una charla suya sobre los valores del humanismo español, tema de que trata su libro La humanitas hispana. Aquí os lo dejo:
miércoles, 20 de febrero de 2019
La higiene de las palabras (en relación con Orwell)
Precisamente en estos días, en que releo 1984, de George Orwell, con sumo interés (la novela no ha perdido un ápice de validez), me he encontrado con este texto que publiqué en la revista del Instituto Berenguer Dalmau hace tres lustros, y que no parece haber perdido actualidad precisamente. Lo rescato para el blog.
Me
contaba recientemente una muy querida amiga cómo, tras su jornada
laboral como docente universitaria, dedica algunas horas semanales a
ayudar a jóvenes emigrantes en el repaso y profundización de su
aprendizaje escolar. Al ponderarle yo lo mucho que apreciaba ese acto
de caridad, me respondió que no se trataba de caridad sino de
solidaridad. De inmediato salí yo en defensa del término
caridad, la caritas cristiana (que procede a su vez del agape
griego de las epístolas de San Pablo), una de las palabras y
nociones que más valoro y que habitualmente se entiende mal, como
tantas otras palabras. La culpa de ese malentendido se le puede
achacar al lamentable uso que ha hecho del vocablo cierta tradición
eclesiástica (que lo viene a equiparar a lástima, y que lo
convierte en un ritual casi vacío y frecuentemente monetario),
cuando el auténtico y original sentido del término es amor.
Y qué si no un acto de amor, de entrega que es amor, era lo que
estaba llevando a cabo mi amiga.
Recientemente
también leí en un documento del centro una sigla que no entendía:
AMPA. Cuando le pregunté por su significado a una compañera me
explicó que es la actual denominación de la antigua APA, que ahora
se lee como Asociación de Madres y Padres de Alumnos. Me quedé
ligeramente aterrado con esa nueva sigla que no sólo conculca el
principio de economía lingüística e ignora el valor genérico del
masculino en castellano, sino que puede sugerir connotaciones
indeseables a través de una desventurada homonimia. Cuando la puse
en clase como ejemplo de ese terrible abuso del eufemismo lingüístico
que se llama "lo políticamente correcto" (y que supone un
salto atrás como de veinte siglos respecto a la propuesta paulina de
primacía del espíritu sobre la letra), un alumno me sugirió que la
nueva sigla debía ser AMPAA o AMPAyA: Asociación de Madres y Padres
de Alumnos y Alumnas. Sobran comentarios ante la agudeza y mordacidad
de la observación. Fue uno de esos días que nos consuela de la
frecuentemente ingrata labor docente.
Estos
dos ejemplos nos ilustran uno de los fenómenos más lamentables (y
hay otros muchos) del tiempo que vivimos: lo que podríamos denominar
la perversión del lenguaje. El que un programa televisivo de gran
audiencia se llame perversa y provocadoramente "Gran Hermano",
y todo el mundo parezca contento con él, sería otro ejemplo para
añadir a la cuenta. No olvidemos que Gran Hermano es la traducción
del Big Brother de Orwell: el siniestro símbolo del poder
omnipresente y omnisciente del estado totalitario que George Orwell
satirizó en su antiutopía 1984, quien tenía instalada una
gran pantalla interactiva en las viviendas de sus súbditos, desde la
cual controlaba y regía sus vidas. La pavorosa advertencia de Orwell
cae en el olvido y las audiencias se sienten felices con la presencia
en casa del Gran Hermano.
Precisamente
Orwell fue un fustigador acérrimo de esa perversión del lenguaje
(para él una de las mayores tragedias políticas del siglo XX) y un
defensor infatigable de la moral de la prosa. En su célebre ensayo
"Politics and the
English
Language" (1946), señala el estrecho vínculo que liga la
decadencia lingüística con el caos político de nuestro tiempo y
que si es cierto que un pensamiento vago y deficiente corrompe
nuestro lenguaje, también lo es que la dejadez e imprecisión del
lenguaje acaba por corromper la capacidad de pensar con acuidad y
rigor. Critica el uso de las metáforas gastadas, de las frases
prefabricadas, del eufemismo político, de la pomposidad expresiva,
de las palabras y expresiones que nada significan. No es mucho lo que
se puede hacer contra esa decadencia, pero habrá de depender de las
opciones individuales: del compromiso de cada hablante o escritor por
utilizar el lenguaje como instrumento para la transmisión de la
verdad, de la forma más clara, concisa y precisa posible, y no para
ocultarla, a la manera en que el calamar usa su tinta.
De
lo dicho por Orwell se desprende que era preciso en su época -y lo
sigue siendo hoy en día, probablemente con mayor urgencia- la tarea
de desempolvar el lenguaje, limpiarlo de adherencias y suciedades,
para que resplandezca en su plenitud posible. Parece más que
necesaria una campaña de higiene lingüística, que podría comenzar
-y es una sugerencia- por leer con atención a los grandes autores
(el propio Orwell no deja de serlo en sus obras más conocidas:
Homenaje a Cataluña, Rebelión en la Granja y 1984).
En
mi época de estudiante solía cometer con frecuencia un lapsus
linguae.
La propuesta de Mallarmé sobre la tarea que incumbe a los poetas
("Donner un sens plus pur aux mots de la tribu") yo la
paladeaba interiormente formulándola así: "Donner un sens plus
précis aux mots de la tribu". La transformación resultaba
inadecuada aplicada a un escritor que defendió la sugerencia borrosa
como principio rector de su poética. Pero el inconsciente, como de
costumbre, hablaba a través de mi lapsus
y no decía nada banal. Tal vez debemos dejar a los poetas que se
ocupen de la pureza
de la lengua, pero la precisión
es una tarea de todos.
4-11-03
festividad de San Carlos Borromeo
lunes, 4 de febrero de 2019
Algunas notas sobre el cuadro “La tertulia de Pombo”, de Gutiérrez Solana
(Escribo estas notas a partir
en las impresiones y recuerdos de Ramón Gómez de la Serna recogidos
en sus libros Pombo, La sagrada cripta de Pombo, Solana
y Automoribundia. Si no se
indica otra cosa, las citas proceden de estos libros.)
Hacia 1920, la tertulia de
Pombo (que había surgido en 1914), “necesitaba su cuadro”, en
palabras de Ramón Gómez de la Serna. Y el más indicado para
hacerlo era Gutiérrez Solana, contertulio de la primera hornada,
pero Solana “no hace más que lo que quiere”, y hubo que esperar
varios años hasta que metiera manos (y pinceles) en el asunto.
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Literatura Hispanoamericana,
Pintura,
Romanticismo
viernes, 1 de febrero de 2019
Los personajes del cuadro “La tertulia del Café de Pombo”, de Gutiérrez Solana.
El objeto de esta nota es aclarar quién es quién en el famoso cuadro de Gutiérrez Solana al tiempo que hacer unas pequeñas consideraciones (bajo la guía de Ramón Gómez de la Serna) a propósito de este retrato de grupo.
En
las descripciones que se hacen del cuadro normalmente se identifica
bien a sus componentes. Tomemos, por ejemplo, esta descripción que
en el tumblr Harte
con Hache hace
Marga Fernández Villaverde:
Siguiendo
el orden de las agujas del reloj y empezando por Tomás Borrás, que
es ese señor de perfil que está abajo a la izquierda, podemos ver a
Manuel Abril, José Bergamín, José Cabrero, Ramón Gómez de
la Serna (de pie en el centro), Mauricio Bacarisse, José Gutiérrez
Solana (en la esquina superior derecha), Salvador Bartolozzi y Pedro
Emilio Coll.
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Pintura
miércoles, 30 de enero de 2019
Un curiosísimo romance con metamorfosis y tragedia: Margarita o la cierva blanca
En el libro Viaje por los montes y chimeneas de Galicia, de Jose María Castroviejo y Álvaro Cunqueiro, se recoge este bellísimo romance (página 152, de la edición de Austral) que no me resisto a transcribir (hago una leve corrección en el último verso: leo "queman" en lugar de "quedan"; para ello me apoyo en la única versión -casi idéntica a la de nuestro libro- que he podido encontrar en el ciberespacio:
Allá pasan por el bosque,
va la madre con la hija;
la madre canta un cantar,
pero la niña suspira.
- ¿Qué te hace suspirar?
¿Por qué lloras, Margarita?
- Es que sufro sin decirlo,
soy Margarita de día,
pero de noche me vuelvo
una blanca cervatilla.
Condes y duques me siguen,
cazadores y jaurías,
y el que más me acosa, madre,
es mi hermano Roldanías.
Anda, pronto, madre, pronto,
dile que no me persiga,
dile que amarre sus perros
hasta que amanezca el día.
- Roldanías, ¿dónde tienes
tus pajes y tus jaurías?
- Están en el bosque, madre,
tras de blanca cervatilla.
- ¡Deténlos, hijo, deténlos,
deténlos, por vida mía!
Con su cuerno plateado
llama tres veces seguidas.
A la tercera llamada,
cazan a la cervatilla.
- Mandemos despellejarla
y servirla en la comida.
Dice el que la despelleja,
bien oiréis lo que decía:
"Tiene rubios los cabellos,
tiene el seno de una niña."
Saca el cuchillo del cinto
y pronto la descuartiza.
Ofrecen una gran cena
al rey y a su comitiva.
- Estamos todos sentados,
sólo falta Margarita.
- Yo me senté la primera;
empezad vuestra comida.
Mi cabeza está en la fuente
y mi carne en la vajilla,
mi sangre está derramada,
fresca aún, en la cocina;
y en brasa mis pobres huesos
se queman en la parrilla.
P.S. Se trata de la adaptación de un romance francés, al parecer bretón, y que data del siglo XVI, que se recoge en Le romancero populaire de la France, de G. Doncieux, Paris, 1904.
Los versos finales de la versión francesa (mon sang est répandu par toute la cuisine, / et sur les noirs charbons, mes povres os y grillent) me reafirman en mi lección de "queman" en lugar de "quedan".
Ni que decir que este romance de la fille biche o biche blanche está en el origen de la leyenda de Bécquer La corza blanca.
Allá pasan por el bosque,
va la madre con la hija;
la madre canta un cantar,
pero la niña suspira.
- ¿Qué te hace suspirar?
¿Por qué lloras, Margarita?
- Es que sufro sin decirlo,
soy Margarita de día,
pero de noche me vuelvo
una blanca cervatilla.
Condes y duques me siguen,
cazadores y jaurías,
y el que más me acosa, madre,
es mi hermano Roldanías.
Anda, pronto, madre, pronto,
dile que no me persiga,
dile que amarre sus perros
hasta que amanezca el día.
- Roldanías, ¿dónde tienes
tus pajes y tus jaurías?
- Están en el bosque, madre,
tras de blanca cervatilla.
- ¡Deténlos, hijo, deténlos,
deténlos, por vida mía!
Con su cuerno plateado
llama tres veces seguidas.
A la tercera llamada,
cazan a la cervatilla.
- Mandemos despellejarla
y servirla en la comida.
Dice el que la despelleja,
bien oiréis lo que decía:
"Tiene rubios los cabellos,
tiene el seno de una niña."
Saca el cuchillo del cinto
y pronto la descuartiza.
Ofrecen una gran cena
al rey y a su comitiva.
- Estamos todos sentados,
sólo falta Margarita.
- Yo me senté la primera;
empezad vuestra comida.
Mi cabeza está en la fuente
y mi carne en la vajilla,
mi sangre está derramada,
fresca aún, en la cocina;
y en brasa mis pobres huesos
se queman en la parrilla.
P.S. Se trata de la adaptación de un romance francés, al parecer bretón, y que data del siglo XVI, que se recoge en Le romancero populaire de la France, de G. Doncieux, Paris, 1904.
Los versos finales de la versión francesa (mon sang est répandu par toute la cuisine, / et sur les noirs charbons, mes povres os y grillent) me reafirman en mi lección de "queman" en lugar de "quedan".
Ni que decir que este romance de la fille biche o biche blanche está en el origen de la leyenda de Bécquer La corza blanca.
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