miércoles, 20 de febrero de 2019

La higiene de las palabras (en relación con Orwell)



Precisamente en estos días, en que releo 1984, de George Orwell, con sumo interés (la novela no ha perdido un ápice de validez), me he encontrado con este texto que publiqué en la revista del Instituto Berenguer Dalmau hace tres lustros, y que no parece haber perdido actualidad precisamente. Lo rescato para el blog.


Me contaba recientemente una muy querida amiga cómo, tras su jornada laboral como docente universitaria, dedica algunas horas semanales a ayudar a jóvenes emigrantes en el repaso y profundización de su aprendizaje escolar. Al ponderarle yo lo mucho que apreciaba ese acto de caridad, me respondió que no se trataba de caridad sino de solidaridad. De inmediato salí yo en defensa del término caridad, la caritas cristiana (que procede a su vez del agape griego de las epístolas de San Pablo), una de las palabras y nociones que más valoro y que habitualmente se entiende mal, como tantas otras palabras. La culpa de ese malentendido se le puede achacar al lamentable uso que ha hecho del vocablo cierta tradición eclesiástica (que lo viene a equiparar a lástima, y que lo convierte en un ritual casi vacío y frecuentemente monetario), cuando el auténtico y original sentido del término es amor. Y qué si no un acto de amor, de entrega que es amor, era lo que estaba llevando a cabo mi amiga.
Recientemente también leí en un documento del centro una sigla que no entendía: AMPA. Cuando le pregunté por su significado a una compañera me explicó que es la actual denominación de la antigua APA, que ahora se lee como Asociación de Madres y Padres de Alumnos. Me quedé ligeramente aterrado con esa nueva sigla que no sólo conculca el principio de economía lingüística e ignora el valor genérico del masculino en castellano, sino que puede sugerir connotaciones indeseables a través de una desventurada homonimia. Cuando la puse en clase como ejemplo de ese terrible abuso del eufemismo lingüístico que se llama "lo políticamente correcto" (y que supone un salto atrás como de veinte siglos respecto a la propuesta paulina de primacía del espíritu sobre la letra), un alumno me sugirió que la nueva sigla debía ser AMPAA o AMPAyA: Asociación de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas. Sobran comentarios ante la agudeza y mordacidad de la observación. Fue uno de esos días que nos consuela de la frecuentemente ingrata labor docente.
Estos dos ejemplos nos ilustran uno de los fenómenos más lamentables (y hay otros muchos) del tiempo que vivimos: lo que podríamos denominar la perversión del lenguaje. El que un programa televisivo de gran audiencia se llame perversa y provocadoramente "Gran Hermano", y todo el mundo parezca contento con él, sería otro ejemplo para añadir a la cuenta. No olvidemos que Gran Hermano es la traducción del Big Brother de Orwell: el siniestro símbolo del poder omnipresente y omnisciente del estado totalitario que George Orwell satirizó en su antiutopía 1984, quien tenía instalada una gran pantalla interactiva en las viviendas de sus súbditos, desde la cual controlaba y regía sus vidas. La pavorosa advertencia de Orwell cae en el olvido y las audiencias se sienten felices con la presencia en casa del Gran Hermano.
Precisamente Orwell fue un fustigador acérrimo de esa perversión del lenguaje (para él una de las mayores tragedias políticas del siglo XX) y un defensor infatigable de la moral de la prosa. En su célebre ensayo "Politics and the English Language" (1946), señala el estrecho vínculo que liga la decadencia lingüística con el caos político de nuestro tiempo y que si es cierto que un pensamiento vago y deficiente corrompe nuestro lenguaje, también lo es que la dejadez e imprecisión del lenguaje acaba por corromper la capacidad de pensar con acuidad y rigor. Critica el uso de las metáforas gastadas, de las frases prefabricadas, del eufemismo político, de la pomposidad expresiva, de las palabras y expresiones que nada significan. No es mucho lo que se puede hacer contra esa decadencia, pero habrá de depender de las opciones individuales: del compromiso de cada hablante o escritor por utilizar el lenguaje como instrumento para la transmisión de la verdad, de la forma más clara, concisa y precisa posible, y no para ocultarla, a la manera en que el calamar usa su tinta.
De lo dicho por Orwell se desprende que era preciso en su época -y lo sigue siendo hoy en día, probablemente con mayor urgencia- la tarea de desempolvar el lenguaje, limpiarlo de adherencias y suciedades, para que resplandezca en su plenitud posible. Parece más que necesaria una campaña de higiene lingüística, que podría comenzar -y es una sugerencia- por leer con atención a los grandes autores (el propio Orwell no deja de serlo en sus obras más conocidas: Homenaje a Cataluña, Rebelión en la Granja y 1984).
En mi época de estudiante solía cometer con frecuencia un lapsus linguae. La propuesta de Mallarmé sobre la tarea que incumbe a los poetas ("Donner un sens plus pur aux mots de la tribu") yo la paladeaba interiormente formulándola así: "Donner un sens plus précis aux mots de la tribu". La transformación resultaba inadecuada aplicada a un escritor que defendió la sugerencia borrosa como principio rector de su poética. Pero el inconsciente, como de costumbre, hablaba a través de mi lapsus y no decía nada banal. Tal vez debemos dejar a los poetas que se ocupen de la pureza de la lengua, pero la precisión es una tarea de todos.

4-11-03
festividad de San Carlos Borromeo

lunes, 4 de febrero de 2019

Algunas notas sobre el cuadro “La tertulia de Pombo”, de Gutiérrez Solana


(Escribo estas notas a partir en las impresiones y recuerdos de Ramón Gómez de la Serna recogidos en sus libros Pombo, La sagrada cripta de Pombo, Solana y Automoribundia. Si no se indica otra cosa, las citas proceden de estos libros.)

Hacia 1920, la tertulia de Pombo (que había surgido en 1914), “necesitaba su cuadro”, en palabras de Ramón Gómez de la Serna. Y el más indicado para hacerlo era Gutiérrez Solana, contertulio de la primera hornada, pero Solana “no hace más que lo que quiere”, y hubo que esperar varios años hasta que metiera manos (y pinceles) en el asunto.

viernes, 1 de febrero de 2019

Los personajes del cuadro “La tertulia del Café de Pombo”, de Gutiérrez Solana.


El objeto de esta nota es aclarar quién es quién en el famoso cuadro de Gutiérrez Solana al tiempo que hacer unas pequeñas consideraciones (bajo la guía de Ramón Gómez de la Serna) a propósito de este retrato de grupo.




En las descripciones que se hacen del cuadro normalmente se identifica bien a sus componentes. Tomemos, por ejemplo, esta descripción que en el tumblr Harte con Hache hace Marga Fernández Villaverde:

Siguiendo el orden de las agujas del reloj y empezando por Tomás Borrás, que es ese señor de perfil que está abajo a la izquierda, podemos ver a Manuel Abril, José Bergamín, José Cabrero, Ramón Gómez de la Serna (de pie en el centro), Mauricio Bacarisse, José Gutiérrez Solana (en la esquina superior derecha), Salvador Bartolozzi y Pedro Emilio Coll.

miércoles, 30 de enero de 2019

Un curiosísimo romance con metamorfosis y tragedia: Margarita o la cierva blanca

En el libro Viaje por los montes y chimeneas de Galicia, de Jose María Castroviejo y Álvaro Cunqueiro, se recoge este bellísimo romance (página 152, de la edición de Austral) que no me resisto a transcribir (hago una leve corrección en el último verso: leo "queman" en lugar de "quedan"; para ello me apoyo en la única versión -casi idéntica a la de nuestro libro- que he podido encontrar en el ciberespacio:

Allá pasan por el bosque,
va la madre con la hija;
la madre canta un cantar, 
pero la niña suspira.
- ¿Qué te hace suspirar?
¿Por qué lloras, Margarita?

- Es que sufro sin decirlo,
soy Margarita de día,
pero de noche me vuelvo
una blanca cervatilla.
Condes y duques me siguen,
cazadores y jaurías,

y el que más me acosa, madre,
es mi hermano Roldanías.
Anda, pronto, madre, pronto,
dile que no me persiga,
dile que amarre sus perros
hasta que amanezca el día.

- Roldanías, ¿dónde tienes
tus pajes y tus jaurías?
- Están en el bosque, madre,
tras de blanca cervatilla.
- ¡Deténlos, hijo, deténlos,
deténlos, por vida mía!

Con su cuerno plateado
llama tres veces seguidas.
A la tercera llamada,
cazan a la cervatilla.
- Mandemos despellejarla
y servirla en la comida.

Dice el que la despelleja,
bien oiréis lo que decía:
"Tiene rubios los cabellos,
tiene el seno de una niña."
Saca el cuchillo del cinto
y pronto la descuartiza.

Ofrecen una gran cena
al rey y a su comitiva.
- Estamos todos sentados,
sólo falta Margarita.
- Yo me senté la primera;
empezad vuestra comida.

Mi cabeza está en la fuente
y mi carne en la vajilla,
mi sangre está derramada,
fresca aún, en la cocina;
y en brasa mis pobres huesos
se queman en la parrilla.


P.S. Se trata de la adaptación de un romance francés, al parecer bretón, y que data del siglo XVI, que se recoge en Le romancero populaire de la France, de G. Doncieux, Paris, 1904.
Los versos finales de la versión francesa (mon sang est répandu par toute la cuisine, / et sur les noirs charbons, mes povres os y grillent) me reafirman en mi lección de "queman" en lugar de "quedan".

Ni que decir que este romance de la fille biche o biche blanche está en el origen de la leyenda de Bécquer La corza blanca.

lunes, 14 de enero de 2019

Un apunte sobre técnicas de estudio (leyendo a Jean Guitton)



Leyendo, ya a mis años, jubilado después de más de 35 de docencia, un par de libros de Jean Guitton sobre técnicas de trabajo intelectual (Nuevo arte de pensar y El trabajo intelectual) me complace ver que, los consejos y estrategias que propone, coinciden con los que yo, intuitivamente, me fui forjando en mis años de estudiante (me refiero a los últimos años de antiguo bachillerato y COU, y, sobre todo, a los años de Universidad). Por ello, aparcando un momento la palabra escrita de tan gran maestro, o entreverándola con mis propias reflexiones, me voy a permitir dar cuenta, valga lo que valiere y en un orden poco estricto, de algunas de mis ideas particulares sobre el aprendizaje (entiendo que algunas resultarán chocantes).

viernes, 11 de enero de 2019

Una gran lección sobre qué sea poesía. Gastón Baquero comenta un poema de Lezama Lima


En mi proyecto de traer a este blog páginas difíciles de encontrar de autores cubanos, empiezo con un fragmento de Gastón Baquero, en que hace un luminoso comentario de un poema de Lezama Lima, luminoso por cuanto dice sobre el poema (poesía purísima, de no fácil intelección) y por cuanto dice sobre la poesía en general. Se refiere al encuentro de un lector común, no demasiado avezado en la lectura poética, que tiene sensibilidad, y que ha leído a Rubén Darío, pero que de repente se topa con un poema de vanguardia como el siguiente.
El libro de Lezama es de 1941, y el ensayo de Baquero ("La poesía de Lezama Lima") de 1942.


Pero si este mismo hombre toma en sus manos el libro Enemigo rumor y se entra por él, encuentra que el primer poema dice:


Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir
.


¿Qué impresión produce este poema tan bello, tan fino, en ese tipo de lector que asumimos? Lo que ocurre es, posiblemente, que echa de menos la anécdota; que no sabe bien a qué atenerse en cuanto a lo que allí se ha “querido contar” -esta es su concepción- y procura formarse un esquema lógico, una traducción a su lenguaje, de lo que el poema ha dicho ya impecablemente en el suyo. Gracias a esto, arriba a la conclusión de que se trata de un poema más en que un poeta llora el desdén de que ha sido objeto por parte de su amada. Ve, además de eso, una suma de cosas que no tienen mayormente que ver con el problema del desdén, y ha PERDIDO PIE REPETIDAS VECES EN LA LECTURA PORQUE NO SABE CON CERTEZA qué cosa sea esa estrella recién cortada, que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga”, o esa agua discursiva, o esos cabellos extensos, ese mármol de los adioses o ese viento que se tiende como un gato.

Imaginemos que una percepción más fina, pero todavía de carácter estrictamente lógico, le llevase a urdir este esquema riguroso, esta descomposición del poema en sus momentos e imágenes, con la necesaria reducción de esas imágenes a los hechos ocurridos. Llega de ese modo a lo siguiente: El poeta ha sido abandonada por su amada en el instante precisa en el que esta iba a decidirse, o sea, a “alcanzar su definición mejor”, pues la mejor definición de una amante ante su amado es decidirse sin reservas a quererle. La amiga se niega a creer las preguntas que formula una estrella recién cortada ante otra estrella que considera enemiga y en la cual va mojando sus puntas. Esa estrella recién cortada es el propio poeta, que se compara con una estrella caída de su posición sideral -que es el amor de su amiga-, de donde ha sido cortada o arrancada, recientemente. Va preguntando entonces, una vez caída ante la acción desdeñosa, para saber quién es la nueva estrella; va mojando en esta sus doloridas puntas, para saber quién ocupa ahora su puesto en el cielo de su amada y quién es, por lo tanto, su estrella enemiga. Algo, la amiga o una suposición…, hace creer al poeta que existe una hora en que va a ser o pudo ser cierta su esperanza, su dicha. Esa hora es aquella en que tanto el paisaje como los animales más finos de la creación, aparecen, bajo el baño que les proporciona un agua fluente o discursiva, como sumergidos en un sueño, a través del cual apareciesen levantando, incorporando, creando para consuelo del poeta, las cabelleras más hermosas y el agua que con más amor es recordada por este. Pero comprendiendo el poeta que ese paisaje y sus animales inmersos, no han de ser y no son suficientes para sustituir o consolar la pérdida de la amiga, vuélvese a esta, ida ya, para decirle que debió dejarle por lo menos, como compañía, una estatua. Esta estatua, se comprende, es un recuerdo hermoso y fiel de la ausente, un recuerdo semejante al que nos queda cuando se nos da un adiós tan intenso, tan sentido, que podemos tomarlo como si fuese materia tan sólida como el mármol y hacer con él, con el adiós, un recuerdo tan puro y tan presente como la estatua. Y la amiga pudo y debió darle al poeta ese adiós porque para él, y en este día, todo, hasta el viento lleno de gracia, se le ofrece amoroso, se le tiende ante los ojos tan tiernamente como gato, para dejarse definir y entregarse.

Quedaría de este modo el lector acaso impuesto del tema del poeta, ¿pero es esta la lectura que conviene a la poesía? De leerse así, tan fatigosamente, permanece desconocido o ausente para el lector aquel mundo poético creado por el poeta. Los poemas que constituyen este libro necesitan de una lectura no meramente alfabética, sino creadora. Y precisan de esa lectura, ante todo, en el sentido de que no se les ha de leer para buscar en ellos las anécdotas, sino para conocerles como creación. Exigen lectura poética y no lógica en tanto que su existencia, estructura y expresión difieren totalmente de lo clasificado como poesía en el catálogo de las emociones y diversiones cotidianas. Su lectura supone la posesión, no de una clave, sino de una actitud hacia la poesía que se halle sostenida por algo más diáfano y seguro que el sentimentalismo. Una lectura poética supone, hoy más necesariamente que nunca, una posibilidad de colaboración previa entre el lector y el autor; requiere que exista entre ambos una estatura espiritual presidida por un mínimo de semejanza. Si no se posee disposición o aptitud para incorporarse la atmósfera poética específica, que es siempre algo ajeno al relato, algo que permanece en forma extraliteral en el poema, se corre el riesgo de reducir este al útil denominador común de lo ininteligible e insensato.”
Si aquel mismo lector asumido hace unos instantes hubiese leído el poema desde los valores poéticos que contiene, habríase percatado de que el poeta con quien inauguraba conocimiento, no toma como fin en el poema su propia situación sentimental, no quiere limitarse a contarla tal y como fue (real o imaginariamente), sino que parte de ella, arranca de ella, y la entrega recreada, enmarcada por elementos o nociones tan refinadamente manejados, tan creadores y seguros, que aquella situación inicial -si es que la hubo- semejante a tantas otras desdichas amorosas, se ha convertido en una nueva y distinta realidad: se ha convertido en un poema.

Este paso o transmutación de lo cotidiano, de lo vulgar y anecdótico a realidad extra histórica, a realidad trascendente, vivida en sí misma, independiente de sus orígenes y referencias, constituye el quehacer genuinamente poético.”

(Gastón Baquero: Ensayos selectos, editorial Verbum, p. 79-82. Corrijo alguna errata evidente -y otras que me lo parecen a mí.)

lunes, 17 de diciembre de 2018

Los "escarabajos" de Gombrowicz en su DIARIO ARGENTINO: aspectos cuantitativos de la ética

En proceso de revisión de mis papeles antiguos, me encuentro con una fotocopia que me entregó hace años Javier García Gibert, entonces un adepto de Gombrowicz y ferdydurkiano de pro. El texto era sumamente interesante porque planteaba, como sin querer, el asunto de los aspectos cuantitativos de la ética, cómo la cantidad, y no sólo lo cualitativo, interviene en nuestras decisiones finales de carácter ético. Un asunto trascendente.
Como la fotocopia es vieja y está a punto de perder su legibilidad, la he trascrito para preservar tan kafkiano fragmento en este (ciber)espacio.
El texto debe proceder del Diario argentino, edición de Sudamericana, 1968.


Me ocurrió ayer… Debo decir que nada puede igualarse, en ciertos aspectos, en cierto modo, con el horror del dilema que viví… Me encontré en la situación en que lo humano que hay en uno debe vomitar… Podría decirlo. Puedo atormentarme o no con esto, en realidad sólo depende de mí.

Estaba acostado bajo el sol, estratégicamente situado en la cordillera que forma la arena acumulada por el viento en el extremo de la playa. Son unas montañas de arena, dunas, ricas en colinas, vertientes, valles, un laberinto curvilíneo y polvoriento, en algunas partes coronado por un arbusto que vibra bajo el incesante empuje del viento. A mí me protegía una Jungfrau bastante alta, notablemente cúbica, altiva, pero a unos diez centímetros de mi nariz empezaba el ventarrón que azotaba sin tregua un Sahara quemado por el sol. Unos escarabajos – no sé cómo llamarlos – erraban penosamente por ese desierto, con fines ignorados. Y uno de ellos, al alcance de mi mano, yacía patas para arriba. Lo había volteado el viento. El sol le quemaba el vientre, lo que tenía que ser particularmente desagradable si se toma en consideración que ese vientre suele permanecer moviendo las patitas, y sabía que no le quedaba sino ese monótono y desesperado movimiento de las patas… ya desfallecía, quizás llevaba así muchas horas, ya agonizaba.

Yo, gigante inaccesible para él, con una inmensidad que me hacía ausente para él, miraba ese movimiento… alargué la mano y lo libré del suplicio. Se puso a caminar hacia delante. En un segundo había vuelto a la vida.

Apenas lo había hecho, cuando vi un poco más allá a otro escarabajo idéntico al anterior, en idéntica situación. Movía las patitas. Y el sol le quemaba el vientre. No tenía ninguna gana de levantarme… Pero, ¿por qué salvar a uno y al otro no? ¿Por qué a aquél, mientras que a éste…? Hiciste a uno feliz, ¿pero tiene que sufrir el otro? Tomé una ramita, alargué la mano…lo salvé.

Acababa de hacerlo cuando ví un poco más allá a otro escarabajo idéntico, en posición idéntica. Movía las patitas y el sol le quemaba el vientre.

¿Debía transformar mi siesta en una servicio de socorros de emergencia para escarabajos agonizantes? Pero ya me había familiarizado demasiado con ellos, con su ridículamente indefenso movimiento de patitas… y comprenderán quizá que si ya había empezado a salvarlos no tenía derecho a detenerme precisamente en el umbral de su derrota… demasiado cruel y en cierta forma imposible, imposible de cometer…¡Bah! Si entre aquél y los que había salvado existiera alguna frontera, algo que me autorizara a desistir… pero no había nada, solamente diez centímetros de arena más, siempre el mismo espacio arenoso, "un poco más lejos" es verdad, pero solamente "un poco". Y movía las patitas de la misma manera. Sin embargo, después de mirar a mi alrededor ví "un poco" más lejos a cuatro escarabajos moviendo las patitas, abrazados por el sol… no había remedio, me levanté y los salvé a todos. Se fueron.

Entonces apareció ante mis ojos la vertiente deslumbradora-calcinante-arenosa de la loma vecina y en ella cinco o seis puntitos que movían las patas: escarabajos. Me apresuré a salvarlos. Los salvé. Y ya me había quemado tanto con su tormento, integrado a ellos, que al ver cerca otros escarabajos, en las llanuras, en las colinas, en las barrancas, aquella islita de puntos torturados, empecé a moverme en la arena como un loco, ¡ayudando, ayudando! Pero sabía que eso no podía continuar eternamente, pues no sólo esta playa sino toda la costa hasta más allá de donde la vista se perdía estaba sembrada de ellos, entonces tenía que llegar el momento en que diría "basta" y tenía que llegar a un escarabajo que ya no salvaría. ¿Cuál? ¿Cuál? ¿Cuál? A cada rato me decía "éste", pero lo salvaba, no pudiendo decidirme a la terrible, casi ignominiosa arbitrariedad -¿por qué ése, por qué aquél? Hasta que al fin se realizó en mí la quiebra, de pronto, llanamente, suspendí en mí la compasión, me detuve, pensé con indiferencia "bueno, debo regresar", recogí mis cosas y me marché. Y el escarabajo, ese escarabajo
ante el que interrumpí mi socorro quedó moviendo las patitas (lo que en realidad ya me era indiferente, como si hubiera perdido el interés por ese juego… pero sabía que tal indiferencia me era impuesta por las circunstancias y las llevaba en mí como algo ajeno).

Jueves

Café en la rambla donde a esta hora de la tarde hay baile. La regocijante zamba, discretamente elegante, brilla desde las ventanas junto con el resplandor de las luces en la inmovilidad de las aguas susurrantes… hasta el Polo, hasta Australia. Sumampa. Nombres exóticos como aquel acechan a mis espaldas, en el fondo de la tierra firme, en el interior poblado aún por el idioma de los indios ha<ce tan poco tiempo exterminados.

Mozos. Jóvenes bailando. Refrescos y helados.

¿Si dijera que en aquello, en aquellos bicos había habido algo vergonzoso? ¿E “ignominioso”? Y sobre todo “miserablemente impotente”. Puedo definirlo así. De mí depende. Puedo ahora, en el dancing, entregarme al oprobio, pero también puedo pedir otra porción de helado y descartar aquello como un incidente tonto con unos bichos.

¿Si yo mismo dirijo mis terrores y mis angustias qué cosa entonces debe ser terrible para mí? Tengo que hacerle primero una señal al diablo… luego se me aparecerá. Quizás le haga la señal con demasiada frecuencia. Cultivo cierto tipo de miedo que pertenece al futuro… son miedos incipientes que sólo la generación que hoy madura sentirá verdaderamente.

¡La cantidad! ¡La cantidad! Tuve que abdicar de la justicia, de la moral, de la humanidad… porque no pude con la cantidad. Eran demasiados. ¡Perdón! Lo que es igual que afirmar que la moral es imposible. Ni más ni menos. Porque la moral tiene que ser la misma con respecto a todo el mundo, si no se vuelve injusta, es decir inmoral. Pero esa cantidad, esa inmensidad de cantidad se concentró en un bicho, uno solo, al que ya no salvé, en el cual interrumpí el salvamento. ¿Por qué precisamente en ése y no en otro? ¿Por qué debía ése pagar por el hecho de que existan millones?

Mi piedad terminó precisamente en ese momento… no sé por qué precisamente en ese bicho, igual a todos los demás. Hay algo insoportable, algo imposible de digerir en esa infinidad concretizada de pronto - ¿por qué precisamente ése?… ¿por qué ése? A medida que medito en el asunto empiezo a sentirme raro; tengo la impresión de disponer solamente de una moral limitada… y fragmentaria… y arbitraria… e injusta… una moral que (no sé si esto queda claro) por su naturaleza no es continua sino granulada.